Pensamientos de una quinceañera

No me gusta recordar mi fiesta de quince años. No fue un bonito recuerdo que atesore en mi memoria. Creo que a partir de ese día ya no encontraré la mínima emoción en las fechas de cumpleaños nunca más. No debí haber aceptado a última hora que me armarán una especie de fiesta. Nunca tuve fiestas de cumpleaños en mi infancia, ¿por qué debería ser más especial entonces cumplir quince? Y ni siquiera me gustan las fiestas. Intuí que mi madre lo deseaba más que yo y también temí arrepentirme en el futuro de no haberla tenido. Sin contar que en el fondo yo abrigaba alguna débil ilusión infantil de vestirme como una princesa. Pero todo terminó en un terrible incidente con música ruidosa, gente bailando horrible música horrible y uno que otro borracho infiltrado. No me comí ni un poco de mi torta, se la comieron los demás. Ya no importa. Como mal recuerdo quedará.

¿Y ahora qué? Tengo quince años y no me siento como una adolescente. Ya no tengo el cuerpo de una niña, eso ya lo sé, pero no comprendo a la mayoría de mis congéneres y cuando hablan de sus asuntos sigo manteniendo la misma impresión de cuando era una niña y los mayores hablaban de sus cosas absurdas. Se supone que soy una adolescente, aunque solo ostento el titulo por una razón cronológica.

Aproximadamente una semana después de mi cumpleaños número catorce no pude seguir negándome a mí misma que había cambiado. Por supuesto que había atravesado por la pubertad, eso había sido un hecho inevitable. Así que en silencio le di la despedida definitiva a mi infancia mientras escuchaba una canción tranquila y contemplaba el anaranjado atardecer de verano con los codos apoyados sobre el marco de la ventana. Fue un momento melancólico plagado de sentimientos encontrados, mi cuerpo ya no era el mismo pero mi alma seguía siendo casi la misma de siempre.

Digo casi, porque lo único que he aprendido con el tiempo es que la vida a cada año se hace más pesada e insípida. Ya no está presente la misma ilusión que era capaz de hacer que todo momento fuese especial. Además, hay mucha gente mala como para que pueda siempre estar de buen ánimo y feliz por este mundo. Los noticieros matutinos son dañinos para la tranquilidad mental. Antes de ir al colegio siempre veo las mismas noticias: robos, homicidios, incendios y violaciones. Siempre es lo mismo. Ya prácticamente no me horroriza enterarme de que existen padres que violan a sus hijas e hijas que matan a sus madres.

A mis trece años ya no existía nada que me sorprendiera demasiado en los noticieros: que iban desde la historia de aquel hombre que luego de colgar un anuncio en la Internet buscando a alguien que le cumpliera la fantasía de ser literalmente comido, encontró lo que buscaba cuando un tipo con complejo de comida de caníbal le respondió y ambos se citaron en una macabra orgía-banquete que finalizó cuando uno de los locos fue a parar al estómago del otro; pasando por el caso de las jovencitas que ofrecían públicamente su virginidad al mejor postor vendiéndola como si se tratara de cualquier otra mercancía de las tantas; sin olvidar a los estudiantes que ingresaban en su secundaria o universidad armados hasta los dientes y liquidaban a cualquier criatura fuese profesor o alumno que se les cruzara en el camino, expiando de esta forma toda la rabia acumulada durante años de ser el repudiado de la clase, para después suicidarse como última acción liberadora, y después vendrían los psicópatas de los sótanos, que encerraban mujeres en lo más oculto de sus casas. Uno de ellos, para variar, resultaría ser el padre de su propia víctima. Llegado a este punto ya nada me sorprende. Pienso que perder la fe en la humanidad es otro modo de abandonar la infancia.

Me acuerdo muy clarito, que, a esa misma edad, trece años, mi mamá estaba hablando de no sé qué personaje de telenovela o teleserie y comentó:

“Ella se parece bastante a ti”.
“¿Por qué?”, le pregunté.
 “Porque las dos son igual de secas”.

En ese momento no entendí bien a lo que se refería.

A toda esta debacle de desilusión existencial también contribuye el estado de constante estrés en el cual vivo: estudio todo el día y en tiempos de exámenes mensuales estoy tan agotada mentalmente que ya no puedo desear otra cosa más que dormir como único momento de libertad. La rutina me consume, estoy tan presionada que siento como si tuviera sobre mi espalda una dura piedra que tengo que cargar y no puedo descuidarme ni un instante porque si lo hago esta piedra me aplastará. Le tengo mucho miedo a mi papá, si no fuera tan estúpida para las matemáticas quizás no sería malo conmigo. Hace mucho que no río con espontaneidad, a veces cuando estoy muy tensa me siento como si fuera una autómata, como si me condujera un mecanismo de relojería para seguir con el mismo ritmo de esta vida. Pero en el colegio doy otra imagen completamente diferente: siempre río por cada pequeña cosa y trato de hacerme la graciosa cuando estoy entre mis amigas, aunque dudo que tenga el talento, porque al final la mayoría de veces termino yo riéndome solita.

Cuando no es época de exámenes mensuales o bimestrales, (a pesar de los exámenes diarios), lo único que me causa cierto entusiasmo, de lunes a viernes, es esperar a la noche para sintonizar canal nueve y ver “Isaura, la esclava”. Me gusta mucho esa novela. Ay, pero qué bien me cae Isaura por ser tan dulce y virtuosa. Me siento bastante identificada con ella y quisiera poseer el valor que ella posee. Desde el año pasado que ya van como cinco o seis veces que hombres me tocan el trasero o me dicen cosas raras por la calle. Si tuviera el coraje de Isaura para defenderme de estas bestias, me sentiría mejor conmigo misma, pero no lo tengo. Incluso ella es capaz de empuñar un cuchillo con tal de defender su integridad y hasta prefiere la muerte o ser humillada antes que entregarse a las garras del crápula del señor Leoncio.

Aparte de ver televisión, en el resto de mi poco tiempo libre solo quiero dedicarme a leer, escribir y a escuchar música y en ocasiones no haga nada más que dejar pasar el tiempo porque sí. Mi mamá dice que soy muy perezosa por eso. Aparte de los libros del plan lector, me fascina leer enciclopedias de geografía, biología o de cualquier tema en general. Es una experiencia muy divertida y enriquecedora. También una que otra vez juego con mi hermanita y me siento bien. Siento la tentación de entretenerme con mis fantasías infantiles, entonces creo mis propios personajes e imagino con ellos historias fantásticas de magia, viajes en el tiempo y demás cosas imposibles. Es hermoso, una que otra vez lo hago y me siento feliz, pero luego pienso que ya estoy grande para esas cosas y que no deberían de gustarme. Quisiera ser una niña otra vez para poder seguir sintiendo así y que no fuera incorrecto sentir cómo siento. Pero, ¿por qué tendría que ser malo divertirme así? ¿Soy una inmadura por eso?

Si ser madura es estar como una cabra loca buscando novio para quedar embarazada, prefiero seguir siendo inmadura. Si ser madura es ser como esas descerebrada que se emborrachan en fiestas para luego terminar vomitadas en plena calle, prefiero ser como soy.

La imagen que conservo de los comportamientos adolescentes desde la infancia permanece intacta. Yo tendría unos ocho años cuando veía de lunes a viernes los casos del talk show de Laura Bozzo. Qué barbaridad de programa, aparte de los maridos maltratadores otras criaturas que me parecían odiosas o desconcertantes eran las típicas adolescentes que solo vivían para gritonear, drogarse, fumar, emborracharse, robarles dinero a sus padres, irse de fiesta, embarazarse y contagiarse el sida. Y siempre se excusaban diciendo: “Es que somos adolescentes”. Y luego veían a la cámara y se reían con burla. Después Laura decía a la madre: “Es por falta de comunicación. Usted no ha sabido inculcar valores en su hija. Es responsabilidad de los padres el comportamiento de sus hijos”. No sé, pero discrepo de que sea solo responsabilidad de los padres, pues quienes toman las decisiones son los hijos. Con ocho años, ya estaba perfectamente consciente de que no quería ser como esas arpías. Algo dentro de mí, ya en ese entonces, me lo decía. No podía creer que ese fuese un fenómeno inevitable por el que obligatoriamente tendría que pasar debido a causas biológicas. Y efectivamente, tengo quince años y sigo sin querer para mí nada de eso.


Fue en quinto año de primaria cuando tuve mi primera charla acerca de la pubertad y los cambios que conllevaba. La idea de que me creciera vello en el cuerpo, de que mis pechos aumentaran de volumen junto con mis caderas y lo más atemorizante y fastidioso: el hecho de sangrar “por ahí” cada mes durante el resto de mi vida fértil no me gustó en absoluto, pero sabía que debía suceder y que tarde o temprano tendría que aceptarlo cuando llegase. Sin embargo, cuando comenzaron a prevenirnos de los embarazos adolescentes, lo único que se me pasó por la cabeza fue algo como esto: “¿Por qué simplemente no se enredan en esas cosas y dejan de preocuparse por ello?”. A los diez años no entendía exactamente como era el asunto del acto sexual y aunque lo hubiera sabido hubiera pensado igual: Si no quieres bebés, pues no hagas bebés. Es cuestión de puro sentido común. Sigo razonando como en aquel entonces.

Nunca anhelé ser una adolescente, a diferencia de algunas de mis compañeras de los últimos años de primaria que parecían no poder esperar por entrar en secundaria, desarrollar sus curvas y conseguir sus primeros enamorados. Quizás el secreto para ser una adolescente, psicológicamente hablando, es desear serlo. Desear quién quieres ser con antelación y adoptar ese papel.

Si los adolescentes pueden ser bastante tontos, los adultos también pueden ser unos perfectos idiotas. Aproximadamente hasta los siete u ocho años pensaba que las personas grandes eran todas sabias, buenas e inteligentes y que sabían todo de la vida, pero fui dándome cuenta paulatinamente de que eso era una mentira. Mis padres me lo mostraron y los medios de comunicación también. Pero aparte de los criminales de los noticieros, también encuentro bastante ridícula y lamentable a la gente que siempre sale en los programas de espectáculos. ¿Por qué se drogan y se emborrachan si saben que les hace mal? ¿Por qué son infieles a sus parejas si dicen que les aman? ¿Por qué se agreden y se insultan si somos seres civilizados? ¿Por qué? No lo entiendo. ¿Es que no tienen cerebro ni corazón?

Los peores de esta especie son las parejas que antes proclamaban su amor a los cuatro vientos y que después se hacen daño entre sí. Si tienen niños y están en proceso de divorcio toman a sus hijos como objetos para el chantaje. Estos padres suelen ocultarles la situación a los niños porque sus problemas son “cosas de adultos”. Yo pienso que si lo ocultan es porque su situación les causa vergüenza y culpa. Opino que algo que causa vergüenza y culpa no puede ser bueno ni sano y que por supuesto no debería de ser considerado como normal. Esta gente dice que sus niños no lo entenderían y que por eso no se los explican. Pero francamente no creo que ni estos señores se entiendan a sí mismos porque ni siquiera son capaces de explicarse a sí mismos por qué actúan como actúan. Entonces, ¿qué les van a explicar a sus hijos de todas formas?, ¿cómo se puede entender una actitud así? ¿Cómo? Eso no tiene ninguna explicación lógica. No se puede entender y no actúen como si ser una persona insensata e incluso mala fuera una cosa buena y que debe ser aprendida para que una persona pueda ser considerada “madura”. Al final terminan diciendo: “Ellos lo comprenderán cuando crezcan, pero ahora no”. Y se lo dejan todo al tiempo, que el tiempo les enseñara a los niños estas cosas “normales” y de “adultos”.


¿Por qué si un niño se comporta de modo absurdo es una bobería y en cambio, si alguien mayor hace algo absurdo y hasta más grave pues son “cosas de adultos”? No entiendo como sus estupideces son aceptadas como cosas normales y de gente madura.

Observé los primeros brotes de esta estupidez cuando estaba en segundo de secundaria y tuve que quedarme en asesoría por las tardes junto a unos compañeros de clase que solo se la pasaban hablando de traseros y de pechos de mujeres. Tenían además una rara obsesión por sus penes que hasta ahora no me explico por qué. Escuché cosas muy vulgares y desagradables, así que no me entra en la cabeza cómo pueden existir chicas que se enamoren de estos idiotas. Creo que todos los hombres son así de idiotas. 

El asunto de la sexualidad es tratado en el colegio de una manera mucho más liberal de lo que me imagino se acostumbra tratar en los colegios estatales (prácticamente hay profesores que usan los chistes de doble sentido como método educativo para que los chicos presten atención) y aun así no sé por qué arman tanto escándalo en clase de anatomía cuando tocamos el tema de los aparatos reproductivos. En serio, ¿qué tiene de interesante que un pene tenga que entrar a una vagina para el asunto de la fecundación? ¿Tan increíble les parece? 

El tutor afirma que es normal que tengamos las hormonas alborotadas y me imagino a las tales hormonas como unos seres microscópicos que se comportan como cavernícolas y controlan las acciones de los adolescentes al mismo estilo de la niña del exorcista cuando la poseyó el mismísimo Satanás. Pero yo no siento a mis hormonas nada alborotadas. Quizás las mías son de otra naturaleza: las imagino más civilizadas e inteligentes. Físicamente han hecho bien su trabajo. La menstruación es prueba irrefutable de ello. Soy irregular desde mi menarquía a los trece años y no llevo nunca la cuenta porque no me sirve de nada.

Pensándolo bien creo que a mí no me gustan los hombres, por qué no estoy desesperada por conseguir novio y los chicos me parecen feos, apestosos y sobre todo tontos, los pocos que no son tontos solo los veo como compañeros. Además, no estoy para nada interesada en esa cuestión de besar en la boca a los hombres o de dejar que me manoseen ni mucho menos en la cópula, que ni entiendo que le ven de interesante los demás. ¿Seré lesbiana entonces? La verdad es que me importa un bledo. Tengo cosas en mi mente que considero mucho más importantes e interesantes.

Todo este tema de que por el hecho de ser adolescente debería de estar preocupada por llamar la atención del sexo opuesto se me hace muy dudoso porque al menos a mí no me pasa y no creo ser la única que sea así, conozco a unas tres chicas que tampoco parecen preocupadas por eso.

No entiendo porque las chicas siempre buscan ir en grupo al baño del colegio. Sinceramente prefiero ir sola, pero acompaño a mis amigas por cortesía. Suele pasar que cuando voy al baño de mujeres me encuentro una que otra vez con chicas maquillándose frente al espejo y hablando de lo guapo que es un cantante o actor de moda. No las entiendo nadita. En primer año de secundaria me dijeron en clases de tutoría que si ellas buscaban estar bonitas y se preocupaban tanto por su aspecto físico era porque buscaban atraer a los chicos, pero a mí hasta ahora me interesa un rábano que los chicos me miren o no. ¿Por qué tendría que interesarme su opinión? No me considero fea y en algunas ocasiones mientras me miro en el espejo hasta pienso que soy linda (y eso desde niña) pero nunca entra a tallar en esta observación si los hombres creen lo mismo o no. Además, no me preocupa tanto como a las demás chicas la ropa ni disfruto comprándola. Es más, cuando voy a comprar ropa con mi mamá me aburro porque ella se demora mucho y da vueltas y vueltas, pocas ropas me agradan y opto por lo cómodo y barato. ¿Debería tener un “estilo”? ¿Pero qué es un “estilo”? No sé qué será eso, pero definitivamente no lo tengo y si lo tuviera no sería para que los chicos me miren. Mi mamá de vez en cuando me insiste en que me vista como una persona de mi edad. Ella dice: “Eres flaca. Te verías bien con una falda o con esto otro, ¿ya viste a otras chicas de tu edad?”. No, no quiero vestirme así.

Otros días pienso que esto va más allá de la actitud adolescente y que lo que me sucede es que no poseo una naturaleza femenina. No pienso en mí como mujer y la verdad es que tampoco como adolescente, solo soy yo. Lo mismo: soy mujer porque tengo un cuerpo femenino, pero no capto del todo la actitud femenina, aunque tampoco me identificaría como un alma masculina. De niña me gustaba jugar con muñecas y me gusta hasta ahora el color rosa, pero he comprendido que eso no basta para ser “mujer”. Y aunque en el colegio nos explican sobre lo desfasado que es pensar en roles de género y que actualmente no deberían de existir, cuando oigo las preocupaciones y los intereses de mis compañeras, me doy cuenta que no es que sean roles de género impuestos por la sociedad, sino que es una manera de sentir que yo no estoy sintiendo.
Y también descubrí que la femineidad es un modo de sentir que se conserva por el resto de la vida. Todos los domingos mi papá compra “El Comercio” y yo siempre me quedo con la revista “Somos” para leerla. En esa revista una mujer de unos treintas seis o treinta y ocho años escribe una columna que se titula: “Monólogos de la bajita”, que es claramente una variación de la obra teatral “Monólogos de la vagina”.

El estilo de escribir de la columnista y los temas que allí trata son la cosa más superficial y ridícula que he visto jamás en mi vida. Se considera como una mujer moderna, independiente, segura y liberada que se rebela contra los cánones sociales y de belleza que les hacen la vida imposible a las mujeres, pero se la pasa hablando precisamente de seguir tendencias, de lo que es estar “in” o de lo que es estar “out” no solo en la moda sino también en formas de cortar relaciones de pareja, de ejercer la maternidad, de mantener la figura o de salir a veranear. Utiliza anglicismos a diestra y siniestra tan excesivamente que a veces me pregunto si no le sería mejor escribir de una vez todo su artículo en inglés. 

Lo único que hace es quejarse de que la sociedad le corta sus libertades, pero nunca se analiza a sí misma, si en verdad merece esas libertades o si, en última instancia, esas “libertades” merecen la pena. Cada cierto tiempo habla de sus experiencias sexuales y de que se sintió sometida por la sociedad mojigata limeña. No sé, pero últimamente este asunto de la liberación sexual ya no causa ningún chiste porque el sexo dejó de ser un tema prohibido hace ya un tiempo, así que no entiendo si es en serio que las mujeres se siguen sintiendo poderosas o subversivas cuando hablan de ello. También arremete contra ciertos tipos de hombres que pasaron por su vida y que al final nunca la merecieron. Claro, el culpable siempre es el otro y siempre una es la víctima. Ahora último mencionó algo respecto a su último novio extranjero.

Sin embargo, lo más resaltante de ella es la curiosa fijación suya con la maternidad. Parece que detesta la sola idea de que un ser humano debe concebirse y desarrollarse dentro del aparato reproductor femenino. Siempre menciona las estrías, los senos caídos y demás estragos a los que debe someterse el cuerpo femenino a cambio de traer una vida al mundo. Da por hecho de que la maternidad es la condena y maldición de toda mujer. Le fastidia que se retrate a las madres como seres felices dedicados en cuerpo y alma a sus hijos. Y la comprendo, tampoco creo que la maternidad deba ser una obligación en la vida de una mujer o su máximo logro, pero considero que hay mujeres que de veras desean ser madres y que, a pesar de las dificultades, aman sinceramente a sus hijos.

Por ejemplo, mi mamá está embarazada y le entusiasma la idea de tener de vuelta un bebé en la familia. Se la pasa diciendo que la etapa más linda es cuando los hijos asisten al jardín de niños. Todas las veces que le acompaño al mercado termina comprando ropa para mi futura hermanita. No pueda ver ninguna prendita de bebé que le parezca bonita sin querer adquirirla.

Si esta columnista de “Somos” no quiere ser madre, que simplemente no lo sea y si quiere estar completamente segura de que nunca será madre ¿no es más fácil dejar de involucrarse con hombres y listo? Si se es una mujer independiente que no necesita tener hijos para sentirse completa, pues tampoco necesita de un hombre en su vida para sentirse completa. Además de que así se ahorra todos esos males amorosos de los que tanto la mujer moderna se queja. Pero a pesar de todo eso, me entretiene leerla tan solo para intentar comprender el cerebro de una mujer promedio.

Últimamente están de moda las mujeres de cuarenta años y a cada rato salen reportajes de ellas vanagloriándose de su femineidad y de que están en la flor de sus vidas. Magaly y Gisela son el mejor referente nacional. Mientras que las máximas exponentes internacionales son Demi Moore y Madonna, que pescan novios jóvenes demostrando que no hay nada más atrayente para los hombres jóvenes que las mujeres maduras. Además, está la moda de esa serie llamada “Sexo en la ciudad” donde un trío de cuarentonas vive únicamente para irse de compras y seducir hombres. La única diferencia con mis compañeras de clase es que, en lugar de ir al colegio, las señoras van al trabajo. Ellas dicen que esa es la mejor etapa de sus vidas, que una mujer puede ser sexy y sentirse deseada a su edad. ¿Sentirse deseada? ¿Se refieren a llamar la atención de los hombres? ¿Tanto les importa eso? ¿No que eran mujeres independientes? Y otra vez lo mismo: continúan manteniendo como máxima motivación en su vida lo mismo que a los quince años y ni siquiera se quieren casar o formar una familia como para justificar que gasten tanto tiempo y energía en eso.

Supongo que es cierto el mito del atractivo que ejercen las mujeres maduras sobre los hombres jóvenes. Sobre todo, si estas mujeres cuentan con mucho dinero. Así como desgraciadamente puedo comprobar que sí es cierto el atractivo que cuenta una solo por tener quince años. Lo raro es que una compañera me dijo el otro día que yo podía aparentar físicamente ser de primero o de segundo de secundaria. Fácilmente hay chicas de doce que están más "desarrolladas" que yo. Hasta los trece años llevaba dos trenzas y a los catorce las cambié por una sola. Actualmente, siempre voy a estudiar con una cola de caballo porque mi cabello esponjoso es un lío sin remedio y el único modo de domarlo es mantenerlo atado. Además no uso maquillaje, no uso ropa ajustada (de hecho, la última vez que me molestaron vestía un buzo holgado) y tampoco tengo un cuerpo voluptuoso, entonces, ¿por qué me molestan en la calle? Y especialmente los señores mayores. No describiría para nada como una experiencia agradable recibir esta clase de "cumplidos", que más bien son ofensas. No obtengo ningún beneficio de esta situación. Y tal vez lo más irónico del asunto sea que, yo personalmente, no encuentro ningún “atractivo” en los hombres estén viejos o estén jóvenes. Puedo ver a uno y reconocer si es guapo o feo, pero no muero por ellos, no me enamoro a primera vista solo por su imagen. En cambio, eso sí que les sucede a varias de mis compañeras de clase cuando observan embobadas las caratulas de las revistas juveniles que traen para leer a la hora del recreo.


Hace unos meses estuvo muy de moda “Hung up” de Madonna. Cuando tomo el transporte público, cuando paso por los puestos del mercado o cuando simplemente camino delante de una casa suelo escucharla. No tienes que estar muy al tanto de la escena musical para advertir cuando un tema musical marca la hora. No es que me guste y ni siquiera es que sea un tema original, porque es una especie de remix de una canción de Abba, pero debo aceptar que sí es algo pegajosa y no es desagradable de escuchar. Así que prefiero mil veces que la casualidad determine que mis oídos la oigan, a tener que soportar, por casualidad también, a ese horroroso y cansino bodrio que llaman reggaetón.

El caso es que cuando me animé a ver el videoclip de la canción quedé muy sorprendida de la vitalidad de esta señora. Para empezar, ¿quién hace gimnasia con tacones? ¿de veras? Ella ejecuta flexiones en el piso de un gimnasio, desplegando casi la elasticidad de una contorsionista. ¿Pero qué ven mis ojos? ¿Cuántos años tiene esta mujer? ¿más de cuarenta? Sí, es increíble. Luego sale en escena un grupo de gente morena que en lugar de bailar parece que les están torturando con electricidad o que están sufriendo ataques de epilepsia. Sí, es un estilo de baile que no es muy de mi agrado, pero igual fue interesante de ver. Después, unos muchachos en un restaurante chino comienzan a armar un lío y mágicamente hacen una coreografía perfecta. Viva la magia de las historias de videoclips. Sería divertido si en la vida real existieran los espectáculos gratuitos e impredecibles, así la rutina diaria sería menos insípida.  Luego todos los chicos y chicas van en busca de la señora, como si fueran atraídos por un magnetismo misterioso que emana de la música o de la energía. Cambia la escena a una discoteca, donde todos los hombres jóvenes, ¿son seducidos por la presencia de Madonna? Los típicos movimientos lentos y sensuales de siempre. Casi al final Madonna ejecuta unas piruetas sobre una máquina de baile y ahí me quedé boquiabierta... Una máquina de baile, como esas que están en el cine cerca de mi casa. Ellos bailan y saltan alrededor de la señora como si le rindieran pleitesía a su reina. Una apoteosis a la belleza del movimiento del cuerpo humano.

Tengo quince años y no tengo ni la energía ni la habilidad de estas personas. A principios del año pasado asistí a un gimnasio con mi prima (porque me obligaron) y allí confirmé algo que sospechaba desde que tomaba clases de danza en la primaria: no me gusta bailar y no tengo ningún talento para hacerlo. Carezco en absoluto de coordinación y de ritmo. Soy una torpe con dos pies izquierdos. Lo mismo me sucedía cuando practicaba para la marcha del desfile escolar y cuando intenté a los once años aprender a patinar. Era también un desastre en la clase de Educación Física. Debí tomar todo eso en cuenta todo eso, cuando, el sábado pasado mientras leía en mi cama se me ocurrió emular cierta flexión que había visto en ese video, solo para probar si podría serme fácil siquiera por mi juventud. Qué gran error cometí. Sentía que estaba rompiendo los límites de tensión que podría soportar mi columna vertebral cuando intenté arquearla. Un dolor me recorrió la espalda y se asentó en la zona lumbar. No puedo separar las piernas tanto porque de inmediato tengo la sensación de que se me desprenderán como a mis muñecas Barbie. Mis pobres ingles. Mi núbil cuerpo de quinceañera no pudo soportarlo. Es que tanto o más que juventud lo que se requiere es entrenamiento físico para lograr esa flexibilidad. Ah, y un umbral de dolor alto. Casi logré por unos instantes mantener algo parecido a una aposición, aunque no pude verme al espejo, así que no tengo la seguridad absoluta y de todos modos sé que me hubiera visto muy ridícula. Y así es como una señora de cuarenta tiene más destreza física que yo.

Confesaré que, si bien pienso que las mujeres de esa edad pueden ser personas admirables y con más vitalidad que yo, cuando las veo semidesnudas o hablando de sus secretos de belleza, de sus experiencias sexuales con chiquillos que podrían ser sus hijos y afirmando que las mocosas no son rivales para ellas a la hora del amor, pues cuando leo o escucho esas declaraciones pienso que en verdad son unas viejas que no quieren aceptar que lo son y quieren seguir pensando que tienen veinte años eternamente. No es que tenga nada en contra de las personas mayores. No es un insulto ser viejo o no debería serlo, pero pensaba que a los cuarenta años una persona tendría otros intereses de vida. Ahora, en pleno siglo XXI, es como si al llegar a esa edad vivieran una especie de segunda adolescencia. Y yo que prácticamente no tengo adolescencia no sé cómo llegaré a esa edad, si es que llego. Lo cierto es que ni puedo imaginarme a mí misma a los veinte años, ni tampoco estoy entusiasmada con la idea más próxima de cumplir dieciocho años. No sé nada. La vida parece un ciclo repetitivo de todos modos. ¿No habrá algo más?


Afortunadamente he elegido bien a mis amigas y no son de las que andan como unas cabras locas buscando enamorado constantemente o quejándose de que no las dejan ir a las fiestas o de su ropa. De vez en cuando alguna dice que un chico le gusta y me pregunta si a mí me gusta alguien y le respondo que no. Pero es que no conozco a nadie que valga la pena y en el fondo, también debo reconocer, que la idea no me importa lo suficiente. Sí, me gustan las historias románticas, pero por alguna razón no me imagino como una protagonista. Quizás mañana más tarde me arrepienta de nunca haberme enamorado en la adolescencia. Bien, pero qué culpa tengo yo de qué nadie me parezca digno para enamorarme. De todos modos y siendo sincera, tampoco es una preocupación que me quite el sueño.

El año pasado creí que me había enamorado, pero si fue así no comprendo porque no me importa que él se haya ido del colegio a mitad de este año. A veces pienso que en realidad no es la gran cosa. Tengo otros problemas en mi vida por los que preocuparme y es como si no tuviera la determinación suficiente como para construirme un romance en este momento de mi vida. Y se supone que el amor debe ser como un flechazo o algo inesperado que irrumpe tu vida, pero a mí no me pasa y quizás nunca me pase. No me importaría que fuera un hombre o una mujer, pero quisiera tener a esa persona especial alguna vez, que estar en su compañía sea una experiencia tierna y dulce y que pudriésemos hablar de cualquier cosa sin aburrirnos jamás. A lo mejor me sentiría más cómoda con una mujer porque son más lindas, bonitas y limpias, pero no sé por qué cuando pienso en ello no pienso en cosas como besarla en la boca, tocarla o verla desnuda como dicen mis otros compañeros de clase, sino en algo más romántico como tomarnos de las manos o abrazarnos, salir a pasear y conversar.
Dicen que la adolescencia es el tiempo de la experimentación y de las primeras veces que marcan para siempre la historia personal. Entonces uno debe lanzarse a probar y correr el riesgo de equivocarse sin miedo a repercusiones realmente serias. Es el momento de cometer escandalosas estupideces amparado en la calidad de ser “un niño con cuerpo de adulto”. Y por supuesto, de quebrar las reglas sin razón, solo porque sí. Sobre todo, es la oportunidad de vivir “al límite”, siguiendo la cegadora fiebre del presente sin detenerse a pensar en las consecuencias que acarreará en el futuro. Pero a mí eso no me motiva porque yo no tengo esa fiebre. ¿Para qué fumar, beber, drogarme o acostarme con tipos que me dan asco? ¿Para qué? ¿Qué de interesante tienen esas cosas? ¿Es solo porque los adultos lo hacen y se lo prohíben a los chicos? ¿No conocen otra forma de ser “rebeldes”?

A lo mejor si prohibieran a los chicos hacer la limpieza o incluso asistir a misa estos tontos se lanzarían a hacerlo solo porque se los están prohibiendo. Qué simples son. Realmente aburridos con sus ansias de probar lo “prohibido”. Y eso que una de mis novelas favoritas es “La naranja mecánica”, que puede ser calificada de perdida y violenta, pero hay una gran diferencia entre la ficción y la realidad para mí. A la hora de querer vivir diferentes vidas y de acumular experiencias, la literatura para mí es el mejor camino. Leyendo “El perfume” de Patrick Suskind pude ver a través de los ojos de un psicópata y fue una delicia tratar de comprender sus motivaciones (es que no el crimen sino la mente lo que encuentro apasionante), pero por supuesto no por eso me querré volver una asesina yo misma. No, yo prefiero ser feliz en mi tranquilidad, No obstante, en el fondo de mi alma siento que busco algo más, algo que no me lo va a brindar la famosa rebeldía adolescente, pero hasta ahora no sé qué es ni cómo buscarlo. Solo quiero seguir soñando. 

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