Entradas

Mostrando entradas de enero, 2013

Lo que a mí me gustaba a los 21 años

Imagen
A los 21 años eran tan ingenua como una niña de 11 (definitivamente más que la promedio actual) y sentimental como una doncella romántica de 16 años. Más de la mitad de aquellas cosas me siguen agradando. A mí me gusta el sonido que hace la cucharita al disolver el azúcar en la tacita de leche o café. Me gusta sentir la suavidad del pelaje de mi gata al acariciarla y escucharla maullar mientras lo hago. Me gusta el olor de los libros viejos, olfatearlos, recorrerlos con la nariz. Me gusta sentir el chocolate derretirse en mi boca. Me gusta mirar los árboles de la Avenida Arequipa mientras voy en bus. A veces me gusta reservar para el final un gran bocado de mi comida: arroz con el jugo del guiso, fideos en su salsa y atiborrarme olvidando mis modales de señorita. No por el placer de la gula. Difícilmente siento el gusto de la comida llegado a ese punto, sino supongo que solamente porque se me hace divertido atragantarme de vez en cuando recordando como

¿Ultraviolencia?

Imagen
La primera vez que leí La Naranja Mecánica quedé fascinada por su seductora violencia; impactada por su cruda sinceridad; conmocionada en ocasiones casi aterrada por la brutalidad regocijante con la que Alex describía sus actos contra el prójimo y la sociedad; y sin embargo terminé admirándolo inevitablemente porque él era para mi la personificación de la verdadera libertad. Hacía lo que hacía simplemente porque le gustaba, lo disfrutaba y nada más le importaba. Se dejaba llevar por sus instintos malignos, se atrevía a cometer lo que otros reprimían en lo más profundo de su ser restringidos por la moral y la ley, rompía las reglas cada vez que podía sin el mínimo remordimiento. En resumen era un héroe de la rebeldía y me inspiraba.   Recuerdo como si hubiera sido ayer que Carlos Escobar me la prestó en el intercambio de novelas que el colegio realizó conmemorando el Día del Libro. Cuando tuve a La Naranja Mecánica entre mis manos mi mente fue sacudida por el recuerdo de tan cu

La felicidad y la sonrisa de Amélie

Imagen
El otro día vi por primera vez Amélie. Una experiencia por la que esperé más de diez años de mi vida. Desde aquella mañana de mi infancia en la que vi el anuncio de su estreno en el bloque de espectáculos de canal 4. Sonreí, me reí, me desconcerté, me sonrojé, suspiré y casi lloré al final. Podría hacer un amplio comentario al respecto sobre esta película al mismísimo estilo de crítico intelectual, pero no bastaría. No me extiendo más porque he comprendido que a veces las más grandes emociones pueden ser contenidas en un simple gesto, en una encantadora sonrisa sin siquiera mostrar los dientes, en una pequeña palabra: bonita muy bonita como la sonrisa de Amélie. Una de las sonrisas más bellas que he visto jamás: Inocencia y picardía al mismo tiempo. Un aire infantil y sin embargo a la vez seductoramente femenina. Yo me podría enamorar de alguien como ella. Otra de las cosas que he aprendido de Amélie Poulain es a volver a disfrutar de los pequeños placeres. Algo que no