Algunas diferencias entre el Jean Baptiste Grenouille de la novela y el de la película
La pasión, el genio y demonios de Jean Baptiste Grenouille
El grito que siguió a su nacimiento, el grito exhalado bajo el mostrador donde se cortaba el pescado, que sirvió para llamar la atención sobre sí mismo y enviar a su madre al cadalso, no fue un grito instintivo de demanda de compasión y amor, sino un grito bien calculado, casi diríamos calculado con madurez, mediante el cual el recién nacido se decidió contra el amor y a favor de la vida. Dada las circunstancias, ésta solo era posible sin aquél, y si el niño hubiera exigido ambas cosas, no cabe duda de que habría perecido sin tardanza. En aquel momento habría podido elegir la segunda posibilidad que se le ofrecía, callar y recorrer el camino del nacimiento a la muerte sin el desvío en la vida, ahorrando con ello muchas calamidades a sí mismo y al mundo, pero tan prudente decisión habría requerido un mínimo de generosidad innata y Grenouille no la poseía. Fue un monstruo desde el principio. Eligió la vida por pura obstinación y por pura maldad.
Con esta cita textual del libro se nos pinta y presenta la calaña de Jean Baptiste Grenouille.
Son dos los rasgos principales que configuran a su persona:
Jean Baptiste nace con un sentido del olfato altamente desarrollado, un don sobrehumano que no solamente le permite percibir el mundo en una dimensión superior, sino también desentrañar y simplificar las razones, instintos y pasiones de los diferentes seres vivos, en especial de los humanos.
Eran los olores los que brindaban a los seres su identidad. Los hacía reconocerse, empatizar entre sí e incluirse dentro del colectivo social. Lo que hacía que una madre amase a su hijo, que una pareja se enamorase, que un hombre infundiese temor o respeto o incluso que un pobre infeliz fuese digno de piedad era el olor que emanaba. Aunque la gente fuera ignorante de ello.
Porque los hombres podían cerrar los ojos ante la grandeza, ante el horror, ante la belleza y cerrar los oídos a las melodías o las palabras seductoras, pero no podían sustraerse al perfume. Porque el perfume era hermano del aliento. Con él se introducía en los hombres y si éstos querían vivir, tenían que respirarlo. Y una vez en su interior, el perfume iba directamente al corazón y allí decidía de modo categórico entre inclinación y desprecio, aversión y atracción, amor y odio. Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres.
Las características más representativas de su personalidad son la amoralidad, la asexualidad y una verdadera y completa misantropía.
Grenouille era asexual porque nunca manifestó en su vida ningún tipo de inclinación sexual. No era heterosexual, no era homosexual ni tampoco bisexual. De todas las características resaltantes de su personalidad, la asexualidad era la única inofensiva. No es imposible y nada raro imaginar a una persona asexual, incluso en escenarios fuera de la ficción literaria porque en verdad existen. Eso me consta porque yo también soy asexual.
Se podría sugerir una posible heterosexualidad debido a su especial interés por las doncellas, pero sería una observación errada hecha a la ligera, ya que él en realidad nunca las quiso, quiso solamente apoderarse de su olor:
Bien es verdad que no amaba a una persona, ni siquiera a la muchacha de la casa de detrás de la muralla. Amaba la fragancia. Sólo a ella y nada más y únicamente como su futura y propia fragancia.
También sería una equivocación intentar atribuir su falta de deseo sexual a su incapacidad de amar, puesto que el impulso sexual puede ser un instinto meramente primitivo que no requiere necesariamente de sentimentalismos ni de lazos previos según me han contado las personas que lo poseen.
Es probable que fuera inmune a las feromonas u olores sexuales. Para él no había ningún misterio. Conocía a la perfección el mecanismo y funcionamiento de la influencia de los olores sobre la conducta de los seres vivos. Era testigo impasible de sus posteriores efectos y estaba completamente libre de su sometimiento.
De esta forma era como reconocía desde lejos a su jefe Druot, que siempre andaba envuelto en su estela apestosa a sudor y esperma, debido al cumplimento diario de sus obligaciones sexuales con Madame Arnulfi.
Nunca sintió ningún tipo de atracción hacia los cuerpos humanos, ni siquiera alguna vez apreció a uno de ellos estéticamente. Recordemos que no se guiaba por categorías visuales ni táctiles, sino exclusivamente por categorías olfativas. Todo lo demás le era indiferente. Estaba tan ensimismado en su mundo que el resto carecía de interés para él.
El sexo tampoco le llamó la atención como fuente de placer. El mayor deleite de Grenouille siempre consistió en entregarse al infinito festín de olores que el mundo le ofrecía y sobre todo en disfrutar de las fragancias más sublimes de su repertorio. En la absoluta soledad de su cueva, durante su retiro de siete años, rememoraría con placer, una y otra vez, hasta saciarse de ella la fragancia de la muchacha de la Rue des Marais, de la chica que deshuesaba ciruelas amarillas.
Una embriaguez maravillosa le nublaba la mente (…) pero no quería terminar la velada sin haber vaciado la última botella, la más espléndida: la fragancia de la muchacha de la Rue des Marais (...) así bebió el pequeño Grenouille la fragancia más valiosa de las bodegas de su corazón, vaso tras vaso…
Un cuerpo desnudo jamás le provocó una erección, ni la visión o el olor de los actos sexuales. Ni las mujeres ni los hombres ni los niños le producían excitación sexual. Lógicamente tampoco la tuvo al final cuando diez mil personas estuvieron copulando a su alrededor excitadas por el perfume que él había creado.
Y de todos modos, si él no sentía ninguna atracción hacia sus congéneres, estos tampoco sentían ninguna atracción hacia él. Jean Baptiste no poseía olor corporal, así que naturalmente, no inspiraba ningún tipo de emoción positiva en las personas.
Inclusive cuando descubrió posteriormente como imitar el aura olfativa humana, para oler como un ser humano y ser aceptado como tal (fragmento importante omitido en la versión cinematográfica), a través de perfumes artificiales que él mismo había elaborado; usó estos perfumes como disfraces para diversos fines útiles en su vida cotidiana pero para ningún fin sexual. Tampoco aprovechó la oportunidad para relacionarse sexual o emocionalmente con alguna bella doncella, por ejemplo, cuando consiguió su objetivo de crear el perfume perfecto, que era la esencia misma del amor, porque él no sentía nada en su ser excepto desprecio.
Patrick Süskind nos describe con lujo de detalles la intimidad de Grenouille. Desde sus delirios de grandeza, sus pensamientos más sórdidos y retorcidos, sus fantasías olfatorias más desenfrenadas hasta otros aspectos menores de su condición humana: al contar como le supuraban las llagas al pobre Jean Baptiste cuando se dejó caer enfermo en el taller de Baldini o la costumbre particular que tenía de defecar y comer a la vez durante su aislamiento de siete años en la montaña. Sin embargo, no encontramos datos acerca de su vida sexual y esto era debido simplemente a que no la tuvo.
Se puede tan solo especular que quizás a lo único que apeló fue a la masturbación como medio para apaciguar una urgencia fisiológica fastidiosa, si es que alguna vez la tuvo, mientras fantaseaba y se excitaba recordando los olores más hermosos y sensuales que conocía.
Como detalle curioso en el libro es Antoine Richis, bajo el efecto del perfume perfecto hecho con la fragancia de su hija Laura, quién le da el primer y único beso de su vida. Momentos después, Grenouille escaparía de la casa de Richis, con la firme resolución de suicidarse. Haría un largo viaje de varios días a pie hasta llegar al lugar donde nació para dejarse abrazar, amar, morder y literalmente devorar hasta desaparecer de la faz de la tierra. Y así también termina la película.
Es hacia el final de la historia, y como detalle superfluo, que uno cae en la cuenta de que muere a los veintiocho años de edad virgen al igual que sus víctimas. Pero como a él este asunto (como casi todo lo procedente de la humanidad) lo tenía sin cuidado, nunca sintió que se estuviese perdiendo de nada y con seguridad tampoco se imaginó a sí mismo en una situación de esa índole ni siquiera por curiosidad.
El método o modus operandi criminal
Las víctimas
Gracias a su sobrehumano sentido del olfato, Grenouille era capaz de distinguir todos los elementos cáusticos de la mezcla fuerte y penetrante de la curtiduría en donde trabajaba, así como el aroma del mar ubicado a muchos kilómetros de distancia de donde vivía y también podía oler con facilidad fenómenos meteorológicos como la proximidad de una tormenta.
El grito que siguió a su nacimiento, el grito exhalado bajo el mostrador donde se cortaba el pescado, que sirvió para llamar la atención sobre sí mismo y enviar a su madre al cadalso, no fue un grito instintivo de demanda de compasión y amor, sino un grito bien calculado, casi diríamos calculado con madurez, mediante el cual el recién nacido se decidió contra el amor y a favor de la vida. Dada las circunstancias, ésta solo era posible sin aquél, y si el niño hubiera exigido ambas cosas, no cabe duda de que habría perecido sin tardanza. En aquel momento habría podido elegir la segunda posibilidad que se le ofrecía, callar y recorrer el camino del nacimiento a la muerte sin el desvío en la vida, ahorrando con ello muchas calamidades a sí mismo y al mundo, pero tan prudente decisión habría requerido un mínimo de generosidad innata y Grenouille no la poseía. Fue un monstruo desde el principio. Eligió la vida por pura obstinación y por pura maldad.
Con esta cita textual del libro se nos pinta y presenta la calaña de Jean Baptiste Grenouille.
Son dos los rasgos principales que configuran a su persona:
Jean Baptiste nace con un sentido del olfato altamente desarrollado, un don sobrehumano que no solamente le permite percibir el mundo en una dimensión superior, sino también desentrañar y simplificar las razones, instintos y pasiones de los diferentes seres vivos, en especial de los humanos.
Eran los olores los que brindaban a los seres su identidad. Los hacía reconocerse, empatizar entre sí e incluirse dentro del colectivo social. Lo que hacía que una madre amase a su hijo, que una pareja se enamorase, que un hombre infundiese temor o respeto o incluso que un pobre infeliz fuese digno de piedad era el olor que emanaba. Aunque la gente fuera ignorante de ello.
Porque los hombres podían cerrar los ojos ante la grandeza, ante el horror, ante la belleza y cerrar los oídos a las melodías o las palabras seductoras, pero no podían sustraerse al perfume. Porque el perfume era hermano del aliento. Con él se introducía en los hombres y si éstos querían vivir, tenían que respirarlo. Y una vez en su interior, el perfume iba directamente al corazón y allí decidía de modo categórico entre inclinación y desprecio, aversión y atracción, amor y odio. Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres.
Grenouille era asexual porque nunca manifestó en su vida ningún tipo de inclinación sexual. No era heterosexual, no era homosexual ni tampoco bisexual. De todas las características resaltantes de su personalidad, la asexualidad era la única inofensiva. No es imposible y nada raro imaginar a una persona asexual, incluso en escenarios fuera de la ficción literaria porque en verdad existen. Eso me consta porque yo también soy asexual.
Se podría sugerir una posible heterosexualidad debido a su especial interés por las doncellas, pero sería una observación errada hecha a la ligera, ya que él en realidad nunca las quiso, quiso solamente apoderarse de su olor:
Bien es verdad que no amaba a una persona, ni siquiera a la muchacha de la casa de detrás de la muralla. Amaba la fragancia. Sólo a ella y nada más y únicamente como su futura y propia fragancia.
También sería una equivocación intentar atribuir su falta de deseo sexual a su incapacidad de amar, puesto que el impulso sexual puede ser un instinto meramente primitivo que no requiere necesariamente de sentimentalismos ni de lazos previos según me han contado las personas que lo poseen.
Es probable que fuera inmune a las feromonas u olores sexuales. Para él no había ningún misterio. Conocía a la perfección el mecanismo y funcionamiento de la influencia de los olores sobre la conducta de los seres vivos. Era testigo impasible de sus posteriores efectos y estaba completamente libre de su sometimiento.
De esta forma era como reconocía desde lejos a su jefe Druot, que siempre andaba envuelto en su estela apestosa a sudor y esperma, debido al cumplimento diario de sus obligaciones sexuales con Madame Arnulfi.
Nunca sintió ningún tipo de atracción hacia los cuerpos humanos, ni siquiera alguna vez apreció a uno de ellos estéticamente. Recordemos que no se guiaba por categorías visuales ni táctiles, sino exclusivamente por categorías olfativas. Todo lo demás le era indiferente. Estaba tan ensimismado en su mundo que el resto carecía de interés para él.
El sexo tampoco le llamó la atención como fuente de placer. El mayor deleite de Grenouille siempre consistió en entregarse al infinito festín de olores que el mundo le ofrecía y sobre todo en disfrutar de las fragancias más sublimes de su repertorio. En la absoluta soledad de su cueva, durante su retiro de siete años, rememoraría con placer, una y otra vez, hasta saciarse de ella la fragancia de la muchacha de la Rue des Marais, de la chica que deshuesaba ciruelas amarillas.
Una embriaguez maravillosa le nublaba la mente (…) pero no quería terminar la velada sin haber vaciado la última botella, la más espléndida: la fragancia de la muchacha de la Rue des Marais (...) así bebió el pequeño Grenouille la fragancia más valiosa de las bodegas de su corazón, vaso tras vaso…
Un cuerpo desnudo jamás le provocó una erección, ni la visión o el olor de los actos sexuales. Ni las mujeres ni los hombres ni los niños le producían excitación sexual. Lógicamente tampoco la tuvo al final cuando diez mil personas estuvieron copulando a su alrededor excitadas por el perfume que él había creado.
Debido a estas razones nunca se le cruzó por la mente atentar contra los cuerpos de sus víctimas. No solamente porque sabía que así podía corromper la fragancia, sino porque en realidad y en principio no se le antojó. Antes o después de asesinarlas hubiera podido tan solo besarlas o acariciarlas cuando las tuvo a su merced, como tal vez hubiera hecho la mayoría de varones en su lugar, pero él era inmune a los encantos de ellas, además de que Grenouille no conocía ni era capaz de prodigar alguna muestra de calor humano.
Aún en su encuentro con la chica de las ciruelas amarillas, cuando no contaba con ninguna experiencia previa sobre cómo comportarse ante tanta belleza olfatoria y se sintió perturbado, preso de un estado de confusión y exaltación como nunca en su vida, lo que le dictaron sus impulsos fue matarla y desnudarla pero solo para olerla completa de la cabeza a los pies.
A diferencia de la película, en la novela Jean Baptiste la mató a propósito y no se molestó en mirarla por un instante a la cara.
A todos estos factores hay que añadir que los únicos sentimientos que desarrollaría por las personas serían el odio y la repugnancia. Por los cuales también, aunque hubiera sentido deseo sexual por una vez en su vida, hubiese seguido siendo impensable para él mantener un contacto físico tan íntimo con otro ser humano. Un acercamiento así sería insoportable.Y de todos modos, si él no sentía ninguna atracción hacia sus congéneres, estos tampoco sentían ninguna atracción hacia él. Jean Baptiste no poseía olor corporal, así que naturalmente, no inspiraba ningún tipo de emoción positiva en las personas.
Inclusive cuando descubrió posteriormente como imitar el aura olfativa humana, para oler como un ser humano y ser aceptado como tal (fragmento importante omitido en la versión cinematográfica), a través de perfumes artificiales que él mismo había elaborado; usó estos perfumes como disfraces para diversos fines útiles en su vida cotidiana pero para ningún fin sexual. Tampoco aprovechó la oportunidad para relacionarse sexual o emocionalmente con alguna bella doncella, por ejemplo, cuando consiguió su objetivo de crear el perfume perfecto, que era la esencia misma del amor, porque él no sentía nada en su ser excepto desprecio.
Patrick Süskind nos describe con lujo de detalles la intimidad de Grenouille. Desde sus delirios de grandeza, sus pensamientos más sórdidos y retorcidos, sus fantasías olfatorias más desenfrenadas hasta otros aspectos menores de su condición humana: al contar como le supuraban las llagas al pobre Jean Baptiste cuando se dejó caer enfermo en el taller de Baldini o la costumbre particular que tenía de defecar y comer a la vez durante su aislamiento de siete años en la montaña. Sin embargo, no encontramos datos acerca de su vida sexual y esto era debido simplemente a que no la tuvo.
Se puede tan solo especular que quizás a lo único que apeló fue a la masturbación como medio para apaciguar una urgencia fisiológica fastidiosa, si es que alguna vez la tuvo, mientras fantaseaba y se excitaba recordando los olores más hermosos y sensuales que conocía.
Como detalle curioso en el libro es Antoine Richis, bajo el efecto del perfume perfecto hecho con la fragancia de su hija Laura, quién le da el primer y único beso de su vida. Momentos después, Grenouille escaparía de la casa de Richis, con la firme resolución de suicidarse. Haría un largo viaje de varios días a pie hasta llegar al lugar donde nació para dejarse abrazar, amar, morder y literalmente devorar hasta desaparecer de la faz de la tierra. Y así también termina la película.
Es hacia el final de la historia, y como detalle superfluo, que uno cae en la cuenta de que muere a los veintiocho años de edad virgen al igual que sus víctimas. Pero como a él este asunto (como casi todo lo procedente de la humanidad) lo tenía sin cuidado, nunca sintió que se estuviese perdiendo de nada y con seguridad tampoco se imaginó a sí mismo en una situación de esa índole ni siquiera por curiosidad.
El método o modus operandi criminal
Gracias a su sobrehumano sentido del olfato, Grenouille era capaz de distinguir todos los elementos cáusticos de la mezcla fuerte y penetrante de la curtiduría en donde trabajaba, así como el aroma del mar ubicado a muchos kilómetros de distancia de donde vivía y también podía oler con facilidad fenómenos meteorológicos como la proximidad de una tormenta.
Si en el mundo
acústico existen los ultrasonidos y los infrasonidos, sonidos de tan alta o tan
baja frecuencia que escapan a la capacidad de percepción de los oídos humanos,
pero de los cuales sí se sufren sus efectos; en el mundo olfativo que era capaz
de percibir Jean Baptiste, de un modo miles de veces superior al de un hombre
promedio, se encuentran equivalentes: una especie de infraolores y ultraolores,
tan sutiles o tan intensos que no son percibidos por la gente común, que los huele sin saber que los está oliendo pero que tienen una influencia crucial en
su comportamiento.
Los olores
provenientes de los seres humanos carecían de gracia para él, tan acostumbrado
a ellos desde su nacimiento. Conocía sus matices hasta la saciedad: o eran
insulsos o eran repugnantes. Lo abrumarían tanto que llegaría incluso a
odiarlos. Irónicamente la fragancia más sublime que hubiese conocido jamás en
toda su triste existencia procedería precisamente de algunos seres humanos:
La fragancia humana
en sí y de por sí le era indiferente (...) Lo que codiciaba era la fragancia de
ciertas personas: aquellas, extremadamente raras, que inspiran amor.
Estas personas eran
mujeres y entre las mujeres eran las que eran adolescentes y entre ellas eran
las vírgenes y entre las adolescentes vírgenes, solo algunas de ellas que
pertenecían a un grupo selecto: las que poseían una belleza especial.
En el universo creado por Süskind eran las dueñas de una ternura seductora que provocaba admiración y adoración entre las personas de su entorno, cuyos corazones quedaban presos de un hechizo irresistible. Una dulzura sensual estremecía los sentidos de los varones que eran devorados por el fuego de un deseo devoto, mientras que una simpatía profunda y un anhelo de ser tan adorables como estas doncellas encandilaba al resto de mujeres que tampoco se libraba del influjo.
La siguiente descripción corresponde a una de las víctimas:
Pertenecía a aquel tipo de mujeres plácidas que parecen hechas de miel oscura, tersas, dulces y melosas, que con un gesto apacible, un movimiento de la cabellera, un solo y lento destello de la mirada dominan el espacio y permanecen tranquilas como en el centro de un ciclón, al parecer ignorantes de la propia fuerza de atracción, que arrastra hacia ellas de modo irresistible los anhelos y las almas tanto de hombres como de mujeres.
La gente adjudicaba este encanto de dimensiones místicas únicamente a razones estéticas que podían ser percibidas por los ojos de cualquier mortal que los tuviera. No se imaginaban ni por casualidad que lo que hacía a estas muchachas tan atractivas, lo que les brindaba esta naturaleza casi angelical no era ni la armonía de sus facciones, ni su forma de mirar, ni su manera de sonrojarse, ni su expresión, ni sus gestos, ni sus andares, ni su voz, ni su risa, ni su sonrisa... No, esos elementos eran solo distractores. La verdadera fuente de su atractivo radicaba en su olor. Y recordemos que Jean Baptiste era el único capaz de distinguir y percibir este ultraolor en toda su real magnitud, nadie más que él se daba cuenta. Era el único que conocía el secreto.
Por supuesto que sería un error pensar que estimaba la virginidad de las muchachas como virtud o símbolo de inocencia o que les atribuía el mismo valor de condición pseudo sagrada como se hace en el imaginario colectivo de ciertas culturas alrededor del mundo. Nada de eso. No, él no comprendía de juicios morales y ni siquiera poseía sentido del honor, tal y como se mostró cuando el viejo maestro Baldini lo dejo partir con la condición de que jurase por todos los santos, por el alma de su pobre madre y por su propio honor. El muchacho no creía en nadie ni en nada. Solamente en él y en su nariz.
Para tratar de entender la perspectiva que Jean Baptiste Grenouille tenía de sus víctimas se podría decir que establecía una analogía natural entre ellas y las flores: Una doncella hermosa era como el capullo recién florecido que exhala el perfume delicioso que atraerá su primera polinización. Esta comparación resulta explicita en el libro cuando conoce a Laura Richis todavía púber o mejor dicho cuando conoce la fragancia de Laura Richis todavía inmadura:
A Grenouille le sudaba la frente. Sabía que los niños no olían de manera particular, tan poco como las flores aún verdes antes de abrir sus pétalos. En cambio ésta, este capullo casi cerrado del otro lado del muro, que ahora mismo empezaba -sin que nadie, excepto Grenouille, se apercibiera de ello- a abrir sus odoríferos pétalos, olía ya de modo tan divino y sobrecogedor que, cuando floreciera del todo, emanaría un perfume que el mundo no había olido jamás.
Pero esta comparación dista mucho de ser romántica o poética. Sobre todo porque Grenouille las trataba como tales: como flores a las cuales se les extrae el aceite esencial y luego se las desecha. A pesar de ser consciente de que ellas eran seres vivos necesitaba arrancarlas (asesinarlas) para lograr su objetivo. Era de esa forma como él las veía: como materia prima. Los detalles o diferencias importantes como que las muchachas a diferencia de las flores sí sintieran o que tuvieran familiares que llorasen su pérdida no le interesaban en lo más mínimo.
Grenouille aprendió con Baldini el prensado y el destilado, los primeros métodos para extraer la fragancia de un cuerpo. Gozaba participando en el proceso y se extasiaba cuando observaba que el alambique soltaba las primeras gotas del aceite esencial de rosas:
En el universo creado por Süskind eran las dueñas de una ternura seductora que provocaba admiración y adoración entre las personas de su entorno, cuyos corazones quedaban presos de un hechizo irresistible. Una dulzura sensual estremecía los sentidos de los varones que eran devorados por el fuego de un deseo devoto, mientras que una simpatía profunda y un anhelo de ser tan adorables como estas doncellas encandilaba al resto de mujeres que tampoco se libraba del influjo.
La siguiente descripción corresponde a una de las víctimas:
Pertenecía a aquel tipo de mujeres plácidas que parecen hechas de miel oscura, tersas, dulces y melosas, que con un gesto apacible, un movimiento de la cabellera, un solo y lento destello de la mirada dominan el espacio y permanecen tranquilas como en el centro de un ciclón, al parecer ignorantes de la propia fuerza de atracción, que arrastra hacia ellas de modo irresistible los anhelos y las almas tanto de hombres como de mujeres.
La gente adjudicaba este encanto de dimensiones místicas únicamente a razones estéticas que podían ser percibidas por los ojos de cualquier mortal que los tuviera. No se imaginaban ni por casualidad que lo que hacía a estas muchachas tan atractivas, lo que les brindaba esta naturaleza casi angelical no era ni la armonía de sus facciones, ni su forma de mirar, ni su manera de sonrojarse, ni su expresión, ni sus gestos, ni sus andares, ni su voz, ni su risa, ni su sonrisa... No, esos elementos eran solo distractores. La verdadera fuente de su atractivo radicaba en su olor. Y recordemos que Jean Baptiste era el único capaz de distinguir y percibir este ultraolor en toda su real magnitud, nadie más que él se daba cuenta. Era el único que conocía el secreto.
Por supuesto que sería un error pensar que estimaba la virginidad de las muchachas como virtud o símbolo de inocencia o que les atribuía el mismo valor de condición pseudo sagrada como se hace en el imaginario colectivo de ciertas culturas alrededor del mundo. Nada de eso. No, él no comprendía de juicios morales y ni siquiera poseía sentido del honor, tal y como se mostró cuando el viejo maestro Baldini lo dejo partir con la condición de que jurase por todos los santos, por el alma de su pobre madre y por su propio honor. El muchacho no creía en nadie ni en nada. Solamente en él y en su nariz.
Para tratar de entender la perspectiva que Jean Baptiste Grenouille tenía de sus víctimas se podría decir que establecía una analogía natural entre ellas y las flores: Una doncella hermosa era como el capullo recién florecido que exhala el perfume delicioso que atraerá su primera polinización. Esta comparación resulta explicita en el libro cuando conoce a Laura Richis todavía púber o mejor dicho cuando conoce la fragancia de Laura Richis todavía inmadura:
A Grenouille le sudaba la frente. Sabía que los niños no olían de manera particular, tan poco como las flores aún verdes antes de abrir sus pétalos. En cambio ésta, este capullo casi cerrado del otro lado del muro, que ahora mismo empezaba -sin que nadie, excepto Grenouille, se apercibiera de ello- a abrir sus odoríferos pétalos, olía ya de modo tan divino y sobrecogedor que, cuando floreciera del todo, emanaría un perfume que el mundo no había olido jamás.
Pero esta comparación dista mucho de ser romántica o poética. Sobre todo porque Grenouille las trataba como tales: como flores a las cuales se les extrae el aceite esencial y luego se las desecha. A pesar de ser consciente de que ellas eran seres vivos necesitaba arrancarlas (asesinarlas) para lograr su objetivo. Era de esa forma como él las veía: como materia prima. Los detalles o diferencias importantes como que las muchachas a diferencia de las flores sí sintieran o que tuvieran familiares que llorasen su pérdida no le interesaban en lo más mínimo.
Grenouille aprendió con Baldini el prensado y el destilado, los primeros métodos para extraer la fragancia de un cuerpo. Gozaba participando en el proceso y se extasiaba cuando observaba que el alambique soltaba las primeras gotas del aceite esencial de rosas:
Esta alma fragante, el aceite volátil, era lo mejor de ellas, lo único que le interesaba. El resto, inútil: flores, hojas, cáscara, fruto, color, belleza, vida y todos los otros componentes superfluos que en ellas se ocultaban, no le importaban nada en absoluto. Sólo eran envoltura y lastre. Había que tirarlos.
En la novela nada se sabe de los detalles de la vida de la gran mayoría de las víctimas (exceptuando a Laura) antes de ser asesinadas, se desconoce qué clase de conducta llevaban o cómo eran sus personalidades. Sin embargo, en la película podemos notar que las dos doncellas destacadas poseen rasgos admirables del carácter. Tales como la compasión y la generosidad en la chica de las ciruelas amarillas y la alegría y la vitalidad en el caso de Laura Richis. Por lo que el aura conmovedora en la versión cinematográfica no estaría solamente relacionada a los atributos sensoriales de las jóvenes sino también a sus cualidades morales. Una conjunción de belleza interna y externa.
La muchacha pelirroja de la Rue des Marais, ¿el amor de su vida?
La muchacha de la Rue des Marais, la chica de las ciruelas amarillas es la primera virgen y la primera persona que Grenouille asesina en su vida.
Laura Richis, hija de Antoine Richis y nota central del perfume supremo
El desconcertante clímax de la historia
¿Por qué se lo comieron?
Pasada la medianoche -los sepultureros ya se habían ido-, el lugar se animó con la chusma más heterogénea: ladrones, asesinos, apuñaladores, prostitutas, desertores, jóvenes forajidos. Encendieron una pequeña hoguera para cocer comida y disimular así el hedor.
Parece ser que la mejor forma física (o al menos la más espontánea) que tiene la gente para demostrar amor, es a través de las relaciones sexuales, porque implican una unión simbólica y a la vez concreta con el objeto amado. Cuando Grenouille se vertió encima todo el contenido del perfume (si tan solo se hubiera vertido un chorro quizás “solamente” lo hubieran violado), las personas a su alrededor, que para variar eran una horda de delincuentes, se desquiciaron por completo dejándose llevar por el instinto más primario.
Viendo a aquel “ángel” tan cerca y accesible a ellos lo desearon con tal intensidad que ya no les bastó la idea de la cópula sexual para fundirse con él. No, lo amaron tanto que sintieron la necesidad de que él formará parte de ellos, de absorberlo, de asimilarlo en sus organismos y qué mejor modo de hacerlo que devorarlo para poseerlo por completo. Así se los pidió el cuerpo. Se sintieron tan locos de amor que se lo comieron.
Y en sus rostros brillaba un resplandor de felicidad suave y virginal (…) Por primera vez habían hecho algo por amor.
La muchacha de la Rue des Marais, la chica de las ciruelas amarillas es la primera virgen y la primera persona que Grenouille asesina en su vida.
Laura Richis, hija de Antoine Richis y nota central del perfume supremo
El desconcertante clímax de la historia
¿Por qué se lo comieron?
Pasada la medianoche -los sepultureros ya se habían ido-, el lugar se animó con la chusma más heterogénea: ladrones, asesinos, apuñaladores, prostitutas, desertores, jóvenes forajidos. Encendieron una pequeña hoguera para cocer comida y disimular así el hedor.
Parece ser que la mejor forma física (o al menos la más espontánea) que tiene la gente para demostrar amor, es a través de las relaciones sexuales, porque implican una unión simbólica y a la vez concreta con el objeto amado. Cuando Grenouille se vertió encima todo el contenido del perfume (si tan solo se hubiera vertido un chorro quizás “solamente” lo hubieran violado), las personas a su alrededor, que para variar eran una horda de delincuentes, se desquiciaron por completo dejándose llevar por el instinto más primario.
Viendo a aquel “ángel” tan cerca y accesible a ellos lo desearon con tal intensidad que ya no les bastó la idea de la cópula sexual para fundirse con él. No, lo amaron tanto que sintieron la necesidad de que él formará parte de ellos, de absorberlo, de asimilarlo en sus organismos y qué mejor modo de hacerlo que devorarlo para poseerlo por completo. Así se los pidió el cuerpo. Se sintieron tan locos de amor que se lo comieron.
Y en sus rostros brillaba un resplandor de felicidad suave y virginal (…) Por primera vez habían hecho algo por amor.
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