Diligere y amare: Amor de de Benevolencia y Amor de Concupiscencia
1ª Carta a los Corintios, Capítulo 13
¿Qué es el amor? ¿Para qué sirve? ¿A dónde me lleva? ¿El amor me llena o me vacía? ¿Quién puede pensar que el amor no llene? El amor me llena porque es algo que busco, encuentro, consigo e incorporo, algo de lo que me apropio. El amor una propiedad ¿el amor una propiedad? ¿el amado un objeto?
Es que si el amor me llena, me completa, me expande, me engorda, entonces, cuando amo el otro solo es un objeto para mí. El otro se convierte justo en el alimento necesario para mi crecimiento pero, entonces, ¿dónde queda el otro? o peor ¿queda un otro?. Si el amor tiene que ver conmigo, ¿importa quién es el otro? ¿o importa que ese otro encaje justo en lo que yo necesito que el otro sea? Y si así fuera, ¿no se transforma el amor en una relación con uno mismo? Pero ¿eso es el amor?
Si no hay un otro, ¿existe? ¿no puede ser el amor solo la ficción que nos inventamos para no asumirnos definitivamente animales? ¿no puede ser solo una distracción, una anestesia para que pase lo que pase igual nos vamos a morir?
Muchas, demasiadas preguntas. Y sin embargo, un único dilema o el amor tiene que ver conmigo o tiene que ver con el otro.
¿Cuál es el campo del amor? ¿Por qué lo relacionamos con el matrimonio, el sexo, la monogamia, la reproducción? ¿Por qué lo relacionamos con todo? Pensar al amor, ¿ayuda? ¿Qué tiene para decir la filosofía sobre el amor? ¿No es la filosofía amor a la sabiduría? ¿No es la filosofía entonces un acto de amor? ¿Y no padece ambos la misma fatalidad: estar buscando infructuosamente algo que siempre se nos escapa, o peor, saber que aunque no hay nada no podemos dejar de buscar.
El cultivo de la originalidad incontestable y arbitraria, de la espontaneidad libre, el fomento de la emoción pasajera y la desconfianza sistemática a todo tipo de orden que lleva a acusar de fascista a quien se atreva a propugnarlo, son hoy opiniones difundidas y defendidas a ultranza. Y, sin embargo, son planteamientos equivocados. Paradójicamente, justo un tiempo que reconoce la necesidad de un comer ordenado para cuidar la salud y que defiende planteamientos ecológicos para una sana relación con el medio ambiente, es un tiempo que se resiste a reconocer que la libertad y el amor humanos son realidades que fuera de su cauce ordenado desquician al hombre y a la sociedad.
La identidad se resuelve no en la sola comprensión adecuada de la libertad, sino del amor y su verdadera naturaleza.
En muchos idiomas se presenta la dificultad real de que solamente se cuenta con un verbo relacionado con el amor: el verbo amar. En cambio en latín, había dos verbos relacionados con el amor: amare, que es el amor adhesivo, y dilígere, que es el amor reflexivo.
El amor pasional es adhesivo, se adhiere al otro, se pega, quiere confundirse con él, anhela tomar posesión de él, quiere ser “uno solo” con el objeto deseado porque está impulsado por un deseo que se manifiesta como una fuerza irracional. Lastimosamente este tipo de amor es sumamente dependiente e interesado. Por eso el poeta latino Propercio decía: “Basta amar para dejar de ser libre”.
En cambio, el que profesa dilección profesa un amor diligente, esto es, cuidadoso, atento, responsable, respetuoso, porque la dilección busca un amor eterno y de carácter puro, que traduce, como dice la Academia, una voluntad honesta.
Isidoro de Sevilla ha resumido lapidariamente las diferencias entre ambos verbos: “Amare nobis naturaliter insitum, diligere uero electione”, que se puede traducir como: “El amare nos es instintivo, mientras que el diligere requiere de nuestra elección”.
Himno a la caridad o La preeminencia del amor
13:1 Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
13:2 Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
13:3 Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
13:4 El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece,
13:5 no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido,
13:6 no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
13:7 El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
13:1 Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
13:2 Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
13:3 Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
13:4 El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece,
13:5 no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido,
13:6 no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
13:7 El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
13:8 El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá;
13:9 porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas.
13:10 Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.
13:11 Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño,
13:12
pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora
vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara.
Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce
a mí.
13:13 En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor.
¿Qué es el amor? ¿Para qué sirve? ¿A dónde me lleva? ¿El amor me llena o me vacía? ¿Quién puede pensar que el amor no llene? El amor me llena porque es algo que busco, encuentro, consigo e incorporo, algo de lo que me apropio. El amor una propiedad ¿el amor una propiedad? ¿el amado un objeto?
Es que si el amor me llena, me completa, me expande, me engorda, entonces, cuando amo el otro solo es un objeto para mí. El otro se convierte justo en el alimento necesario para mi crecimiento pero, entonces, ¿dónde queda el otro? o peor ¿queda un otro?. Si el amor tiene que ver conmigo, ¿importa quién es el otro? ¿o importa que ese otro encaje justo en lo que yo necesito que el otro sea? Y si así fuera, ¿no se transforma el amor en una relación con uno mismo? Pero ¿eso es el amor?
Si no hay un otro, ¿existe? ¿no puede ser el amor solo la ficción que nos inventamos para no asumirnos definitivamente animales? ¿no puede ser solo una distracción, una anestesia para que pase lo que pase igual nos vamos a morir?
Muchas, demasiadas preguntas. Y sin embargo, un único dilema o el amor tiene que ver conmigo o tiene que ver con el otro.
¿Cuál es el campo del amor? ¿Por qué lo relacionamos con el matrimonio, el sexo, la monogamia, la reproducción? ¿Por qué lo relacionamos con todo? Pensar al amor, ¿ayuda? ¿Qué tiene para decir la filosofía sobre el amor? ¿No es la filosofía amor a la sabiduría? ¿No es la filosofía entonces un acto de amor? ¿Y no padece ambos la misma fatalidad: estar buscando infructuosamente algo que siempre se nos escapa, o peor, saber que aunque no hay nada no podemos dejar de buscar.
Introducción del programa "Mentira, la verdad"
conducido por el filósofo Darío Sztajnszrajber.
El cultivo de la originalidad incontestable y arbitraria, de la espontaneidad libre, el fomento de la emoción pasajera y la desconfianza sistemática a todo tipo de orden que lleva a acusar de fascista a quien se atreva a propugnarlo, son hoy opiniones difundidas y defendidas a ultranza. Y, sin embargo, son planteamientos equivocados. Paradójicamente, justo un tiempo que reconoce la necesidad de un comer ordenado para cuidar la salud y que defiende planteamientos ecológicos para una sana relación con el medio ambiente, es un tiempo que se resiste a reconocer que la libertad y el amor humanos son realidades que fuera de su cauce ordenado desquician al hombre y a la sociedad.
La identidad se resuelve no en la sola comprensión adecuada de la libertad, sino del amor y su verdadera naturaleza.
En muchos idiomas se presenta la dificultad real de que solamente se cuenta con un verbo relacionado con el amor: el verbo amar. En cambio en latín, había dos verbos relacionados con el amor: amare, que es el amor adhesivo, y dilígere, que es el amor reflexivo.
El amor pasional es adhesivo, se adhiere al otro, se pega, quiere confundirse con él, anhela tomar posesión de él, quiere ser “uno solo” con el objeto deseado porque está impulsado por un deseo que se manifiesta como una fuerza irracional. Lastimosamente este tipo de amor es sumamente dependiente e interesado. Por eso el poeta latino Propercio decía: “Basta amar para dejar de ser libre”.
En cambio, el que profesa dilección profesa un amor diligente, esto es, cuidadoso, atento, responsable, respetuoso, porque la dilección busca un amor eterno y de carácter puro, que traduce, como dice la Academia, una voluntad honesta.
Isidoro de Sevilla ha resumido lapidariamente las diferencias entre ambos verbos: “Amare nobis naturaliter insitum, diligere uero electione”, que se puede traducir como: “El amare nos es instintivo, mientras que el diligere requiere de nuestra elección”.
De este modo, podemos darnos cuenta que en dilígere hay componentes de estima, de aprecio, de elección racional y justificada. Mientras que en amare predominan los factores afectivos, sentimentales, de atracción física que responden a la concupiscencia. Precisamente por ese componente racional e intelectual que encierra el dilígere se ha pensado equivocadamente que es menos fuerte que el amare.
En la dilección encontramos entonces un carácter espiritual, no físico. Y esta es su diferenciación primordial.
En la dilección encontramos entonces un carácter espiritual, no físico. Y esta es su diferenciación primordial.
En la Vulgata, que es la traducción latina de la Biblia y que fue obra de San Jerónimo, amare se usa solamente 51 veces, pero dilígere y derivados (dilectus, dilectio), 465 veces.
“Dilige, et quod vis fac”, dijo San Agustín, y la traducción usual de esta sentencia es: “Ama, y haz lo que quieras”. Pero una versión más justa sería: “Dilige y haz lo que quieras”.
Es así que existe una gran diferencia -más que notable- en la aclaración que tenían los latinos con respecto a estos dos términos para la palabra amor.
La expresión latina amor concupiscentiae indica que el deseo –es decir, el anhelo de saciar un gusto-, constituye el elemento primordial en este tipo de amor. La grotesca caricatura de una especie de fuerza fatua e incontrolable a la que el ser humano no puede sino someterse ciegamente, tan presente en las telenovelas que nutren el imaginario colectivo, no corresponde a la verdad de la naturaleza humana.
El amor adhesivo, el amor del enamorado al ser pasional es concupiscente, aunque muchos no quieran reconocerlo o aceptarlo. Mientras que el amor reflexivo es benevolente, y cuando uno lo practica, tiende hacia los demás un buen agrado, se le estima, se le aprecia, genera un ambiente de afecto hacia las personas.
Lo cierto es que el amor no es un tema más en la vida humana. Como observa Rahner, el término amor pertenece “al pequeño grupo de las palabras claves bajo las cuales se intenta esclarecer el todo de la existencia que se realiza históricamente. Así se explica que amor -como palabra que apunta a la totalidad de la existencia humana y no significa únicamente un proceso particular de la misma- aparezca de alguna manera en todas las religiones”.
La pasión amorosa es el amor de concupiscencia, el amor interesado. La dilección es el amor reflexivo, el amor de benevolencia, el amor desinteresado.
La gente rústica que seguía a Jesús en Galilea sólo podía comprender el amor de concupiscencia; pero Jesús predicaba el amor de benevolencia. Y, ¿por qué sucedía esto? Porque las personas por lo general tendemos a ser concupiscentes, a buscar lo pasional, lo erótico o la exhibición del objeto de deseo que está en nuestra posesión para presumir, aumentar nuestra vanidad y satisfacer los deseos de nuestro ego.
Ése era por entonces el problema y lo sigue siendo, porque nuestro mundo no es benevolente sino concupiscente, desea bienes terrenos y quiere calmar muchos apetitos.
Nietzsche decía que sólo tenemos oídos para lo que nos viene de la vivencia, voz con que José Ortega y Gasset tradujo el vocablo alemán Erlebnis. El problema es que no podemos vivenciar una cosa solo porque queramos vivenciarla. La vivencia no es una querencia -no es algo que se nos conceda por el mero hecho de anhelarlo- sino una incidencia. Nos sucede o nos ocurre de pronto, pero aparentemente la incidencia no parece estar sujeta a nuestra voluntad o al menos a nuestra voluntad consciente.
Cupiditas es una palabra en latín que significa deseo, sentimiento que motiva la voluntad de querer poseer el objeto que se desea. El deseo es alimentado por uno o varios sentimientos y/o necesidades, llevando al individuo a diferentes estados de conciencia emocional. En algunos casos los individuos guiados por las emociones obtienen lo que desean sin importar las consecuencias de las acciones realizadas, en otros el deseo impulsa al individuo a hacer grandes sacrificios desinteresados para satisfacer esa necesidad, cuando no se obtiene lo deseado el fracaso lo lleva a un estado de frustración e insatisfacción existencial, pero cuando lo obtiene una sensación de satisfacción y plenitud crea un estado de felicidad.
Según Agustín de Hipona, la determinación originaria del ser consiste en el retorno al Creador. Dicho retorno se realiza a través del amor al mundo, lo cual según San Agustín no es una elección, pues el mundo está siempre ahí y es natural amarlo. Decía San Agustín:
"No hay nadie que no ame; pero sí hay quien se pregunta qué amar".
La comprensión de Dios como Creador y la del mundo como eternidad conduce a la caritas (caridad). Sin embargo es posible errar el giro y confundir la eternidad con el mundo temporal, en cuyo caso se incurre en la codicia, concupiscentia o cupiditas.
La concupiscencia supone la sensación desagradable de la carencia, que puede eliminarse con un bien definido. El hombre puede, por ejemplo, desear la mujer de este modo. La persona aparece entonces como un medio que puede apagar el deseo, como el alimento apaga el hambre. No obstante, lo que se oculta tras la palabra concupiscencia sugiere una relación de carácter utilitario.
En la conciencia del sujeto, este amor aparece como el deseo de un bien para él: "Te quiero, porque eres un bien para mí". Un bien que sirve para satisfacer una necesidad, es siempre un bien útil. El objeto del amor de concupiscencia es un bien para el sujeto -la mujer para el hombre, el hombre para la mujer-.
El amor es la realización más completa de las posibilidades del ser humano. Este encuentra en el amor la plenitud de su ser, de su existencia objetiva. El amor es el acto que más explaya y da sentido completo a la existencia de la persona. Evidentemente, para que así sea, es indispensable que el amor sea verdadero. ¿Qué significa exactamente esta expresión?
Karol Wojtyla (Juan Pablo II), en su obra Amor y Responsabilidad, reconoce los distintos tipos de amor en base a la experiencia del que ama: “El amor es verdadero cuando realiza su esencia, es decir, se dirige hacia un bien auténtico y de la manera conforme a la naturaleza de ese bien. El amor verdadero perfecciona al ser de la persona y da trascendencia a su existencia. El amor falso provoca resultados contrarios: es aquel que se dirige hacia un bien aparente o -caso más frecuente- hacia un bien verdadero pero de una manera no conforme a la naturaleza de ese bien. Así es muchas veces el amor, falso en sus principios, o bien -a pesar de principios aparentemente justos- falso en sus diferentes manifestaciones, en su realización”.
Reflexionaba Aristóteles:
“Los que se aman por la utilidad, no se aman por sí mismos, sino en cuanto derivan algún bien del otro. Lo mismo los que se aman por el placer, que no quieren a los que tienen ingenio y gracia por tener estas cualidades, sino porque su trato les resulta agradable. Por consiguiente, los que son amigos por interés, manifiestan sus afectos por alcanzar un bien para sí mismos; y cuando es por placer, para obtener algo para ellos placentero, y no por el ser mismo de la persona amada, sino en cuanto es útil o agradable”.
El amor entre dos sujetos que no pasase del deseo sensual podría ser falso, o por lo menos, incompleto, porque el amor solventado únicamente en la concupiscencia, se queda solo en lo superficial sin profundizar en lo esencial del amor entre personas.
La reflexión de Aristóteles es retomada por santo Tomás de Aquino para hablar de la caridad: “No todo amor tiene razón de amistad, sino el que entraña benevolencia; es decir, cuando amamos a alguien de tal manera que le queramos el bien. Pero si no queremos el bien para las personas amadas, sino que apetecemos su bien para nosotros, como se dice que amamos el vino, un caballo, etc., ya no hay amor de amistad, sino de concupiscencia”.
La reflexión de Aristóteles es retomada por santo Tomás de Aquino para hablar de la caridad: “No todo amor tiene razón de amistad, sino el que entraña benevolencia; es decir, cuando amamos a alguien de tal manera que le queramos el bien. Pero si no queremos el bien para las personas amadas, sino que apetecemos su bien para nosotros, como se dice que amamos el vino, un caballo, etc., ya no hay amor de amistad, sino de concupiscencia”.
No es suficiente desear a la persona como un bien para sí mismo, es necesario además -y sobre todo- querer su bien. Esta orientación, altruista por excelencia, de la voluntad y de los sentimientos se llama en Santo Tomás benevolentia sencillamente. El amor de una persona a otra debe ser benévolo para que sea verdadero, de otra suerte no será amor, sino únicamente egoísmo.
Dietrich von Hildebrand, en su máxima obra sobre el tema, La esencia del amor afirma que el amor en sí mismo es para él la relación interpersonal fundada sobre una respuesta afectiva al valor de la persona en el complejo de sus valores. Ello genera en particular el anhelo de una unión espiritual con el amado, llamado intentio unionis, así como el deseo de hacer feliz al amado, que llama intentio benevolentiae, lo que lleva a que el que ama desee darse a sí mismo, y lo deba hacer poniendo en juego de modo único su propia libertad y su propia felicidad.
El amor humano se puede entender en general como “el acto total en que una persona adquiere la recta y plena relación con otra persona, en cuanto conoce y afirma la totalidad del otro en su bondad y dignidad”.
La benevolencia se aleja de todo interés, es el desinterés en el amor; no el "Te deseo como un bien", sino el "Deseo tu bien", "Deseo lo que es un bien para ti". Una persona benévola desea esto sin pensar en sí misma, sin tenerse en cuenta. Por eso el amor de benevolencia es amor en un sentido mucho más absoluto que el amor de concupiscencia. Por la benevolencia nos acercamos más que con nada a lo que constituye la esencia pura del amor.
Para terminar unas últimas palabras de San Agustín:
"El amor perdura en la adversidad. Nos da prudencia en la prosperidad. Es fuerte ante el sufrimiento. Se regocija de las buenas obras. Está libre de tentación. Es generoso en hospitalidad, alegre entre los amigos, paciente con los descreídos. Es el espíritu de los Libros Sagrados, la virtud de la profecía, la salvación de todos los misterios. Es la fuerza del conocimiento, la bondad de la fe. Es riqueza para los pobres, vida para los moribundos. El amor lo es todo".
Fuentes:
https://youtu.be/rKKlclwCWYs
ResponderEliminarMuchas gracias, ese programa estuvo maravilloso y decidí incoporarlo a mi publicación :)
EliminarFíjate que en la Antigua Grecia hay 4 tipos de amor: 1-el eros, posiblemente el menos importante aunque también tiene su atractivo sobre todo para la gente joven, el típico más relacionado con lo sensual, el físico, lo erótico (el más pasional o vinculado a la lujuria) ; luego hay otro llamado storgé que es el que tenemos con nuestros amigos, exige mayor compromiso y deber por parte de ambos para llegar a demostrar su valor y virtud, también ligado a con quién tenemos intereses comunes; después está uno nombrado philia, posiblemente el segundo más importante, porque es el que tenemos sobre todo a nuestra familia y a la especie humana, es una forma de ser más universal, relacionada a las emociones, los pensamientos y también nuestras acciones; y luego está el ÁGAPE, el más elevado, porque es el divino, el que ha dado vida, el creador, el que uno a todos en una relación mutua de compartir, compasión, de dar y recibir constantemente en abundancia, de esforzarse desinteresadamente para sanar a otros, el de Jesucristo por los demás, también en cierto modo el de una madre sobre todo con su hijo, o el de la naturaleza que es capaz de regenerarse en las peores condiciones -ya en Chernóbil hay bosques o especies salvajes que viven y se reproducen, ¿no es fantástico?-, el de la virtud de las galaxias y el orden de los planetas que es capaz de originar vida en sus elementos, EL INCONDICIONAL, INOCENTE Y SABIO...
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