La locura del amor romántico



El fuego arrasa mi cuerpo con el dolor de amarte.
El dolor arrasa mi cuerpo con el fuego de amarte.
El dolor como una herida a punto de estallar de amor por ti.
Consumido por el fuego de mi amor por ti.
Recuerdo tus palabras.
Pienso ahora en tu amor por mí.
Me desgarro por tu amor por mí.
Dolor y más dolor.
¿Adónde te vas con mi amor?
Me dicen que te marchas.
Me dicen que me dejarás aquí.
Mi cuerpo se entumece de pena.
Recuerda lo que dije, Mi Amor.
Adiós Mi Amor, adiós.
Anónimo, poema Kwakiutl, 1896

¿Existe el amor a primera vista? En cierto modo podríamos decir que sí; porque si existe la atracción sexual a primera vista, por supuesto que puede existir la atracción romántica a primera vista.

En mi caso soy incapaz de experimentar atracción sexual y menos a primera vista. No era consciente de esta carencia mía sino hasta hace poco. Desde que pude comprender esta realidad, percibo al mundo y a las relaciones humanas de una manera más clara.
El ejemplo perfecto de la atracción sexual instantánea. Es una escena estupenda de la película Shame (2011) sobre un neoyorquino cuya adicción al sexo lo va sumergiendo en la miseria humana.

Mis sentimientos al observar esta escena son un tanto confusos si tomo en cuenta el hecho de que soy asexual y de que me gustan las mujeres físicamente mucho más de lo que me gustan los varones.

Leo los símbolos (la mirada anhelante, los labios entreabiertos, el cruce de piernas) y los interpreto pero no siento su efecto sexual en mí. Sé que esta mujer es bella y deseable. No obstante, disfruto mirarla de la misma forma en que disfruto mirar una agradable obra de arte.

La percepción de la belleza física de esta fémina del vagón de tren no me conduce a imaginar ni desear el roce sexual con ella. Y no comprendo cómo ni porqué debería hacerlo. A mí no me basta esta información para despertar en mí el instinto sexual.

Entiendo que se presupone que es un factor natural e innato establecer esta relación si mi preferencia por lo femenino es sinónimo de lesbianismo, pero en mi caso no se da.

Ella me transmite sensualidad de un modo estético, pero no de un modo sexual.

El segundo ejemplo es el cortometraje Maybe (2013) dirigido por John Grey. Aquí se aprecia lo que se considera en el imaginario sentimental como “amor a primera vista”.

Luego de una introspección intelectual y emocional y también tras un poco de investigación llegué a las siguientes conclusiones:

La atracción sexual elige a alguien en quien depositar la necesidad de descarga sexual. La atracción romántica elige a alguien en quien depositar la necesidad de encontrar un compañero de vida con el cual fundar una familia y envejecer juntos.

Ambas surgen como promesas o ilusiones. Sin embargo, mientras que la atracción sexual es fácil de complacer en un encuentro físico que por descontado será placentero, la atracción romántica requiere muchísimo más esfuerzo en muchos más niveles. Los resultados no serán siempre placenteros e inclusive podrán ser dolorosos y sacrificados. Y aun así, nunca se estará por completo satisfecho y siempre se buscará mejorar y esforzarse más por el bien común.

Se ama de veras cuando se quiere ser mejor persona para el otro y cuando se quiere lo mejor para el otro. Tanto si se siente esto por un amigo, por un hijo o por la pareja sentimental.

Para el amor romántico no es la ceremonia del matrimonio lo importante, sino su esencia como símbolo de compromiso. El matrimonio es la forma de hacer público este compromiso. De todos modos, sin boda o no, es en la convivencia en donde se conoce verdaderamente a una persona.

El deseo sexual es absolutamente irracional siempre que aparece. El amor romántico hasta cierto punto también es irracional, pero no lo será durante mucho tiempo. Tarde o temprano la venda termina cayéndose de los ojos.

El amor romántico se fundamenta en la admiración mutua de aspectos morales, emocionales e intelectuales. Uno se enamora cuando encuentra en la otra persona cualidades dignas de ser amadas. La atracción sexual solo requiere de cualidades físicas, y en casos de urgencia hasta puede reducirse a tan solo encontrar unos genitales complacientes.

He escuchado decir a algunos alosexuales que todavía no se han enamorado que el amor de pareja no es más que la lujuria acompañada de celos.

Si así fuera cómo explicarían la capacidad de enamorarnos de la que disponemos varios asexuales. Evidentemente a nosotros no es la lujuria lo que nos mueve y aun así vivimos el ansia de compromiso, intimidad y unión.

Es que no es el romance en si el posesivo. Es la lujuria dirigida para el emparejamiento la que es posesiva y territorial por naturaleza. Los crímenes pasionales se dan por celos sexuales irracionales y no por amor.

Es el deseo sexual el que principalmente nubla la razón y no permite la toma de decisiones apropiadas. Ese es el fuego pasional: lujuria más romance, una combinación que llega a ser altamente peligrosa. A nivel neuroquímico el cerebro libera sustancias bastante similares a las que se liberan en el trastorno obsesivo-compulsivo.

Para gran parte de la población el sexo está estrechamente ligado a su autoestima, valoración e identidad como individuos. Más aún cuando se hallan en una relación de pareja estable y/o oficial.

La mayoría es capaz de concebir el sexo sin el amor, pero no el amor sin el sexo. Hay quienes se acostumbran a sostener relaciones pasajeras y meramente sexuales (aventuras por llamarlas menos) y para ellos este tipo de encuentros no contienen en absoluto ningún grado de intimidad ni de entrega. Es la satisfacción placentera de una necesidad y tan solo eso. Siempre y cuando no se abuse de este tipo de prácticas y no se proceda de manera irresponsable en el asunto no habría por que juzgar tales comportamientos.

Aunque si se acostumbra al “paladar” sexual a una dieta diversificada... ¿cómo podrá soportar luego la dieta de una relación estable donde se exige el componente de la fidelidad? Por lo que suelo ver abundan los que se hartan de consumir el mismo menú tarde o temprano.

Conversando con un heterosexual acerca de la infidelidad, este me dijo: “Si tienes un terreno no querrás que vengan otros a invadirlo”.
Además agregó que cuando se enamora: "No pensaría en tener relaciones sexuales con otra mujer que no fuera ella". ¿De verdad? Será cierto que el amor romántico es portador del súper poder de anular de manera automática la atracción sexual hacia otras personas. Lo dudo. Hay incontables ejemplos al respecto que refutan esta afirmación.

Conjeturé en un primer momento una actitud egoísta al ser tan reiteradamente obsesivos con la fidelidad sexual. Asumiendo que pueden perfectamente separar el sexo como entidad independiente del amor, no sería una traición del espíritu, sino solo un desliz carnal. Algo que no significa absolutamente nada.

Desconfíe acerca de que si el respeto era efectivamente la auténtica base de esta clase de fidelidad.

Me disculpo si comienzo a ser más implacable y mordaz con mis comentarios. Mi intención no es ser ofensiva sino ofrecer una opinión libre y sin tapujos. Más adelante vendrán afirmaciones todavía más duras que quizás puedan herir susceptibilidades. No me guardaré nada, ni suavizaré expresiones ni tampoco usaré eufemismos inútiles. Mi ánimo actual no está para esas cosas.

Voy a emitir juicios de valor que quizás sean confundidos con acusaciones. A los alosexuales que me lean les recomiendo tomar mis observaciones como críticas constructivas que parten de una visión objetiva y no como ataques a su forma de vida. No pretendo hacer una generalización del comportamiento sexual de la sociedad entera. Por supuesto que mis juicios de valor no son aplicables a todos los casos.

Sea como sea, para los alosexuales promedio el solo pensamiento de imaginar a su pareja desnuda, revolcándose y gimiendo gracias a otro hace que les hierva la sangre. Y a veces les enardece a tal extremo, que en trágicas ocasiones les despierta el instinto asesino.

Teorizo que es una cuestión bastante territorial y animal que les sobrepasa: “Esta vagina o este pene es mío y de nadie más”. Reclaman la posesión de la genitalidad del compañero para uso personal. Definitivamente es marcar territorio.
Erótica, perturbadora y desgarradora escena de celos en la versión cinematográfica de 1997 de la icónica novela Lolita de Nabokov. 
Humbert enloquece de dolor y de rabia al percatarse de que otro hombre está fornicando con su hijastra Lolita: "Dime, ¿quién es él... quién es él? Por favor dime, por favor..."  
El sufrimiento de su padrastro solo le genera más placer a la pequeña vampiresa. ¿Quién es la verdadera víctima aquí?

Sin embargo me quedé sorprendida cuando me enteré que en el fondo un significativo número de ellos acariciaban fantasías sexuales que consistían en tríos y en intercambios de parejas.

Entonces lo entendí. Lo que en verdad impulsa a una buena parte de ellos a abrazar la fidelidad es el miedo de ser pagados con la misma moneda. El compromiso queda en un segundo plano. En realidad la idea de la traición en sí no es tan terrible si se compara con lo que sucede inmediatamente después: cargar con el estigma social que conlleva ser el cornudo o la cornuda. No hay humillación más grande.

Como resultado se impone la cláusula implícita: “Si tu no acuestas con otro, yo no me acostaré con otro tampoco”.

No obstante, es posible sobrentender también esta otra cláusula: “Si te doy permiso para acostarte con otro, también debes darme el mismo permiso de acostarme con alguien más”. He aquí que la infidelidad no siempre es sinónimo de engaño.

Es innegable que hay personas a las cuales les cuesta en demasía mantener fidelidad. Requieren ejercer una gran fuerza de voluntad para controlar sus deseos sexuales por otros. Si eso les provoca sufrimiento no deberían embarcarse jamás en una relación monógama.

Recuerdo que hace aproximadamente una década atrás escuché justificarse a un panelista de un desaparecido talk show acerca de los motivos que lo llevaron a echarse una canita al aire: “Mi mujer será muy guapa pero uno se aburre hasta del chocolate si se lo come a diario”.

Es normal que sigan existiendo hombres que le rehuyan a la pesadilla de despertar por las mañanas y verle la cara a la misma tipa durante años y años. Que teman cargar con caprichos e histerias femeninos. Que tiemblen ante la idea de ver como su sensual mujer engorda, se llena de estrías, se descuida en su aspecto personal y envejece irremediablemente a pesar de los tratamientos estéticos y visitas al cirujano plástico.

En el caso de mujeres también se presenta lo mismo. Es la pesadilla de tener que aguantar las manías y malos hábitos del otro. Ver como su hombre muta a través del tiempo: le crece la panza, se le cae y encanece el pelo, peor aún... ¿y si se vuelve impotente qué?

Son casos sumamente habituales. Este tipo de individuos ve al matrimonio como un yugo. Una esclavitud que se debe evitar a como dé lugar. Argumentan que el matrimonio es una imposición social que coarta su libertad. Sí, así es. Bueno, así es para ellos. Es su naturaleza. Le temen a la responsabilidad. De todos modos, la mayoría tarde o temprano se casa cuando se enfrenta a la perspectiva de quedarse solos de viejos y sin nadie que le alcance los dientes postizos.

Quizás en esta era hipersexualizada se le haya concedido excesiva preponderancia al papel de la atracción sexual en el proceso de enamoramiento y posterior emparejamiento a largo plazo.

No es de extrañar en un mundo donde la exhibición sin culpas del placer, como distintivo de éxito y valoración, está por encima de todo. Aquí se exige el gozo sin restricciones como derecho. Se quiere gozar aquí mismo y ahora. Cualquier crítica a esta forma de vida es tachada de intolerante. En consecuencia, se la reprueba y califica como represora. Como la amenaza a la vuelta a las épocas sexualmente conservadoras, donde no se contaba con muchas luces acerca del proceso de cómo se hacían los bebés sino hasta la mismísima noche de bodas.

Ahora bien: los extremos siempre son dañinos en toda circunstancia y en toda época. Tanto el excesivo liberalismo (o mejor dicho libertinaje) como la represión rigurosa (que tiene el efecto contrario de volver más apetecible lo prohibido). Entonces… ¿cómo regular las cosas en su justa medida sin hacer demasiada referencia a lo religioso o moral para evitar generar la antipatía inmediata del colectivo posmoderno? Pues tomando la moderación, el autocontrol y la prudencia como directrices útiles para enfrentarnos a cualquier eventualidad que se nos presente en la vida. No, en realidad es más simple: solo hay que usar la razón.

Muchas parejas alosexuales pueden seguir amándose, pero cuando la atracción sexual desaparece gradualmente se desesperan y sienten que se está viniendo abajo toda la relación. Mientras unos optan por acudir a terapias de pareja, consultas en sexología, ensayar nuevas posturas y utilizar juguetes sexuales entre otros fetiches novedosos; están los que optan por el camino de la infidelidad para satisfacer sus necesidades imaginarias sexuales. Callan y ocultan para no darle derecho al otro de hacer lo mismo.

Obviamente esta no es noticia nueva. La gente que experimenta atracción sexual es consciente de lo frustrante de esta situación. Un psicólogo llamado Alberto Barradas (cuyo prejuicio e ignorancia acerca de la asexualidad le dispenso por haberme aportado una sustancial reflexión sobre la ausencia del deseo sexual en las parejas) lo describió en los siguientes términos:

A veces por más que amas a una persona no la deseas sexualmente.

El deseo y el amor no necesariamente van unidos. De hecho el sexo tiende a durar menos que el amor.

Uno de los conflictos de pareja más frecuente es cuando existe el amor pero el deseo ya no aparece por ningún lado.

El tiempo juntos tiende a hacer que el sexo se vuelva rutinario.

En los casos donde hay amor pero no sexo, la infidelidad hace un efecto inverso, motiva a la sexualidad en la pareja #paradoja. 

Es un dilema claro en la pareja cuando el sexo acaba pero no el amor. Asumirlo cuesta un mundo.

El hombre tiende a ser más rutinario en el sexo que la mujer. Esto tiende a desesperar a la mujer y buscar sustitutos.

La infidelidad muchas veces motiva la sexualidad en la pareja. Es un fenómeno conocido pero poco descrito.

Muchas parejas buscan alternativas a veces muy fuera de lo aceptado para reavivar su vida sexual.

La eyaculación precoz, la rutina, la impotencia, matan la vida sexual de una mujer. Puede seguir amando mas no deseando.

Cuando una pareja tiene amor mas no deseo es importante asumirlo y hablar al respecto, sobre todo para reavivarlo.

El problema con el sexo es que nunca llena, en cambio el amor es una sensación que es acompañada por la plenitud.

El deseo sexual tiene un contexto básico, el amor tiene un contexto complejo. El sexo llega a la cama, el amor al corazón.

En el sexo la única fórmula es el placer. En el amor, la única fórmula es que nunca hay una.
Tal vez el error de las parejas consista en cimentar gran parte del éxito de su relación en el impulso sexual. Lo hacen de manera inconsciente y es inevitable cuando la búsqueda y obtención del placer físico sexual es percibida como una necesidad. 

Comentarios

  1. Me pregunto si en el futuro habrá segunda parte, el artículo en si me ha servido de mucha utilidad para entender mejor los conceptos de amor que hay en el mundo.
    Al carecer de empatía y emociones me resulta imposible entender de forma intuitiva y todo este conocimiento me resulta indispensable para conocer mejor el funcionamiento de las emociones humanas.

    También si no es mucha molestia me gustaría conocer un poco sobre los orígenes de los celos románticos en donde no haya atracción sexual de por medio, estoy completamente seguro que un asexual romántico o gris-romántico también podría llegar a sufrir de celos, incluso ser víctima de un amor enfermizo y tentado por su instinto asesino.

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