Deshaciéndome de angustias del último mes

 Estoy tan cansada de luchar contra mí misma. Estoy harta de este constante hostigamiento al que me someto yo misma cada cierto tiempo. ¿Por qué me aferro a contarme los mismos cuentos desgraciados una y otra vez? ¿Por qué mi voluntad insiste en la infelicidad y en la indecisión?

Soy consciente de que estoy demasiado llena de mí misma, de mis mismos pensamientos y sentimientos. El ego me está devorando, si es que no renuncio a esta identificación con el sufrimiento tarde o temprano esto desembocará en una nueva sobredosis de mí misma y a revivir esa sensación de caminar al borde del precipicio de la locura.




Pero, ¿y si me liberase de una vez por todas de este sentimiento de inferioridad? De este pésimo autoconcepto, de esta necesidad de ser infeliz, de estas ideas extravagantes, entre medias verdades, mentiras y exageraciones que rumió en mi mente una y otra vez en silencio. 

Así como estoy no puedo estar presente, me encuentro la mayor parte del tiempo ausente como aislada de todo y de todos, ajena a la vida a mi alrededor. Me la pasó encerrada en mi misma, reproduciendo el eco de la caja de resonancia que es la cueva de mi mente.

Me siento como una fiera enjaulada, que diariamente y a todas horas, camina en círculos dentro del único espacio reducido del que dispone, repasando sus mismos pasos una y otra vez. Mientras de vez en cuando, motivada por un poco de curiosidad, echa una mirada con timidez a través de los barrotes.

La criatura está alterada y nerviosa, se siente desesperada y atrapada, pero si alguien le abriese la puerta de la jaula reaccionaría con susto: retrocediendo hasta el fondo, al extremo opuesto de la salida, acurrucándose contra los barrotes, buscando la seguridad en su prisión. No estoy segura si eso es a lo que denominan la indefensión aprendida.




Cuando era jovencita dedicaba la mayor parte de mis energías a los lamentos histriónicos, a los grandes despliegues de victimización y dramatismo, de los cuáles me sentía la heroína principal, la primera actriz, y debo confesar que, en lo íntimo de mi ser, me regodeaba a gusto fabricando mis propias miserias. 

Sin embargo, ahora que han pasado los años, la humildad me ha hecho poner los pies sobre la tierra para entender finalmente que soy sólo una criatura insignificante entre tantas criaturas insignificantes. No soy alguien especial, ni siquiera mi dolor es especial. No soy ni la primera ni la última pobre alma azotada por el tormento de su propia cobardía.

Aunque por el momento sólo puedo percibir negatividad, veo sólo oscuridad a mi alrededor. Ahora mismo es todo lo que puedo sentir y preciso desahogarme.

Por primera vez, luego de quizás más de un año, me permití sentir intensamente a la melancolía, me permití acoger esta angustia en mi pecho de vuelta. Y acepto que me sentí tan viva, como hace mucho no lo hacía. Caí en los antiguos hábitos: teniendo lástima de mí misma y lamentándome a lágrima viva de mi suerte. Y sin embargo, estuvo tan bien, fue tan liberador no rechazar mis sentimientos. No evadirme con distracciones vacías para huir de ellos, no fingir indiferencia, ni fortaleza ni ensayar una fallida imitación del estoicismo. Ya no negaré que tengo miedos y los expresaré sin reservas.

Llevo mucho tiempo arrastrando un problema y sé que la situación no puede continuar así indefinidamente. Me aterra llegar al punto en que sea insostenible. Sé que el tiempo no perdona. No quiero que continúen discurriendo los años sin sentido y me sorprenda la mañana en que no pueda reconocer a mi reflejo en el espejo. No acostumbro prestar tanta atención a mi imagen, apenas ocasionalmente recuerdo identificarme con este cuerpo, pero definitivamente aquello sería una conmoción para mí; demasiado atroz como para ignorarlo. 



Requiero un cambio con urgencia, mas no conozco otro modo de vivir y tengo miedo, mucho miedo, de salir, de empezar algo nuevo. ¿Cuándo voy a desprenderme de mi actitud pusilánime? Es que sería para mí como dar un salto directo al vacío. Y me atemoriza tanto lo desconocido, pero tanto, que siendo tan desgraciada y todo me sigo abrazando a la seguridad de mi rutina porque me horroriza otra posibilidad.

Me siento débil e incapaz, desprovista de las capacidades para enfrentar las dificultades por mi cuenta. Desamparo, una profunda sensación desamparo, en eso se resume mi problema. Con el reconocimiento de mi fragilidad, me asalta el miedo a ella, en vez de inspirarme ternura o compasión lo único que me provoca mi vulnerabilidad es terror. Y como consecuencia se genera en mí el masoquista convencimiento de mi incapacidad e incompetencia. 

Creencias, únicamente son creencias, que sólo pueden hacerse ciertas en virtud de que yo les conceda la razón. Creencias que mantengo para permanecer en esta inercia horrenda, que me disgusta y me hace languidecer durante cada momento de mi existencia en que asumo como verdad estas falsas ilusiones.

Puedo entender intelectualmente un poco de estos asuntos de la conciencia, manejo ciertas nociones y creo que he descifrado algún misterio, aunque todavía no logro comprenderlos a través de la experiencia personal.

Sé que sólo hay dos caminos para escoger: el amor o el miedo. Dicen que es tan fácil que parece difícil. Es simple, muy simple en verdad. Entonces, ¿por qué sigo escogiendo el miedo en lugar del amor? ¿por qué siempre decido transitar este camino lleno de amarguras?




Desde que recuerdo siempre he sido más una espectadora de la vida, que una participante activa. Será por eso que admiro a las personas que toman acción con atrevimiento y que hacen frente a lo favorable como ante lo adverso, abriéndose paso sin amilanarse ni titubear. Sí, obviamente admiro de lo que carezco.

Quizás podría describirme, en el mejor de los casos y siendo amable con mi posición, como un alma contemplativa.

Pero si por lo menos mi contemplación fuera verdaderamente atenta y transparente. Si tuviera un corazón abierto y bien dispuesto para percibir las maravillas de lo cotidiano, en vez de un corazón cerrado que se ocupa en proyectar sombras y oscuridad sobre las imágenes deformando el milagro de estar aquí. 

Antes le tenía tanto miedo a la muerte, que me aferraba a seguir viva con todas mis fuerzas, defendiendo mi existencia con una pasión impresionante, como si quisiera desafiar a un poder superior y demostrarle al mundo que no se libraría tan fácilmente de mí. En eso consistía todo mi instinto de supervivencia: en quiero vivir porque no quiero morir. 

Cuando adquirí cierto entendimiento del misterio de la muerte, descubrí que en verdad mi mayor temor fue siempre a la vida.

Nunca esperé nada del mundo, nunca esperé nada de mí. Nunca tuve metas ni aspiraciones de ningún tipo, jamás supe qué hacer con la gran oportunidad de vivir. Es más fácil no tener sueños, así no sufres por no cumplirlos después. Es más fácil no tener deseos, así nunca conocerás la frustración. Lo puedo asegurar, es la técnica infalible. Una lección que nadie me enseñó, pero que intuitivamente se manifestó en mí desde que tengo memoria.




Como nunca tuve nada, así tampoco me queda nada por perder, pensaba. Sin embargo, estaba equivocada y sería bastante ingrata si en efecto creyera eso. A menudo habla la desesperación por mí. No alcanzaría a nombrar cada una de las bendiciones que se me brinda y que no valoro como debería. Además, también conservo mucha dignidad e inocencia que atesorar. Soy tan inmensamente afortunada. Comenzar por cultivar la gratitud sería una buena manera de promover el cambio.

¿Por qué entonces esta necesidad de perpetuar creencias negativas para seguir creando el mismo ciclo ayer, hoy y mañana? ¿Por qué este empeño en hacerme infeliz? ¿Por qué está adicción a la culpabilidad? ¿Por qué continuar así?

Alguna vez me pregunté si en el caso de que un milagro inesperado me brindara la oportunidad de despojarme de toda preocupación material durante el resto de mi existencia y ya liberada de esa angustia económica, todavía seguiría sintiéndome desvalida y perdida. La respuesta es un rotundo sí.

Hay una profunda falta de confianza en mí misma, sobre todo una falta de confianza en la vida. Cómo me gustaría enamorarme de ella, apasionarme por ella, estar entusiasmada por el solo hecho de experimentarla y dejar de temerle.

Un propósito, es lo que ansío en el fondo de mi alma, un propósito, una consigna que sostenga tan firmemente hasta convertirla en una fuerza que me motive cada día para proseguir.

Eres el creador de tu propia historia, cuántas veces he escuchado eso y he sido testigo del efecto inspirador en los demás. Tengo que hacer, tengo que hacer algo que valga la pena, ¿pero por qué no puedo sencillamente ser y nada más?

Después de todo, si hubo una información importante que retuve fue que no tengo la obligación de justificar mi existencia ante nadie, que Dios no me va a castigar ni me va a juzgar, que haga lo que haga me amará incondicionalmente. Soy tan valiosa como cualquiera: ni mejor ni peor. No interesa mi pasado. Eso bastaría para transmitirme la paz suficiente para mitigar mi inquietud, mas todavía persiste cierta insatisfacción conmigo misma.




Al margen de lo que supuestamente los demás puedan pensar de mí, que tampoco es que nadie esté al pendiente de mí para como emitir algún juicio sobre mi forma de vivir y tampoco es que me importe, pero en principio; al margen de la imagen que conciba de mí misma, ¿qué importa ser como soy? Si ni siquiera este yo es real, ¿por qué le sigo dando relevancia entonces?

¿Y si está aparente carencia de ambición fuera tan sólo una máscara para ocultar mis inseguridades? Si me concediera el derecho de querer, de soñar, de desear… A lo máximo que me atrevo es a evadir lo más posible el sufrimiento, en vez de ir directamente detrás de la felicidad. Pero si saliera de mi estado de conformismo y me arriesgase ¿en qué medida podría cambiar el rumbo de mi destino?

Depende de la perspectiva que contemple para abordar lo que considero mi realidad. A decir verdad no me atrae la idea del trabajo duro. Ya me he estado atormentando durante años a mí misma como para ser atormentada ahora por el mundo. Por otra parte, la idea de la ley del mínimo esfuerzo me parece tan tentadora. Ni siquiera es necesario sacrificar tiempo y empeño, cuando es posible trabajar más rápido y eficientemente tomando atajos, aunque honradamente, por supuesto. Con el ingenio preciso se ha triunfado más que con el trabajo duro.

Escribir estas líneas me ha tomado más de una semana y media mientras domaba mi voluntad. Quisiera ser disciplinada, ordenada y eficaz, pero otra vez llega a mi mente el discurso negativo que me baja la moral recordándome mi cobardía e incompetencia.

¿Por qué no me concedo una tregua? Si sé que en el fondo, mi más sincero deseo consiste sencillamente en ser feliz. Tranquila, ríndete solo por hoy, solamente por hoy. 




Porque a fin de cuentas, si desde ahora no estoy bien conmigo misma y con lo que soy ahora, tampoco estaré bien en el futuro así consiga lograr cosas. Porque si desde ahora no estoy agradecida con lo que ya tengo, con el solo hecho de estar viva y de respirar, con la bendición de poder mirar, saborear, oler, oír, sentir… Incluso esas cosas que se consideran básicas, pero que en esencia son tan preciosas, prometo que las voy a valorar y apreciar con todo el alma.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Diligere y amare: Amor de de Benevolencia y Amor de Concupiscencia

Algunas diferencias entre el Jean Baptiste Grenouille de la novela y el de la película

El desnudo artístico en un mundo asexual