El desnudo artístico en un mundo asexual
Durante todo el mes pasado, he estado debatiendo en mi fuero
interno la posibilidad de que el arte continuaría repleto de desnudos aún si
todas las personas fuéramos asexuales. No es un tema del que guarde una opinión
formada, mucho menos algo que me quite el sueño, y realmente no imaginé que
pasaría una cantidad significativa de tiempo apreciando desnudos artísticos con
el objetivo de escribir este artículo (¡e incluso identifiqué algunos desnudos
favoritos!), pero aquí estoy.
Todo comenzó después de que leí el libro “Entendiendo la asexualidad” de Anthony F. Bogaert a finales de octubre. Uno de los capítulos que no mencioné en mi pasada reseña se titula: “Arte y comida en el planeta sexual”. Contiene dos propósitos principales: primero, dar una idea de la experiencia vivida por las personas asexuales y, en segundo lugar, demostrar cuán incrustado está el sexo dentro de la mayoría de culturas. Intenta abordar esto planteando la pregunta: ¿Cómo sería la vida si todas las personas fuesen asexuales?
El capítulo de Bogaert considera la cuestión al examinar dos
aspectos principales de la cultura, como se menciona en el título del capítulo:
arte y comida. Limitaré mi discusión al apartado que capturó mis pensamientos:
el arte. Como descargo de responsabilidad, sé muy poco sobre arte. Lo disfruto ocasionalmente
cuando se me presenta la oportunidad y recuerdo haber disfrutado de una clase
de dibujo que tomé en la universidad, pero no invierto mucho tiempo para apreciar
arte y no he vuelto a dibujar nada desde esa clase, aunque dedico una cantidad
desmesurada de tiempo a tomar fotografías, principalmente de flores y paisajes.
Al principio de su reflexión sobre el arte y la asexualidad, Bogaert escribe: “Mientras deambulo por las galerías, contemplando representaciones de varias épocas clásicas y modernas, es difícil evitar la conclusión de que el interés sexual y la atracción siempre han conducido, al menos en parte, a sensibilidades estéticas” (124). Él se está refiriendo a la prevalencia de desnudos, particularmente desnudos femeninos, y continúa escribiendo: “Incluso he imaginado, con la lengua en la mejilla, que los curadores se verían obligados a cerrar sus galerías, si por alguna razón no se permitiese mostrar el cuerpo de una mujer, ¡porque ya no habría arte para mostrar! He imaginado grandes carteles de neón destellando afuera de las galerías anunciando: Galería cerrada por escasez de desnudos... Galería cerrada por escasez de desnudos...” (124-125). Lo cual es bastante divertido, excepto en el contexto. Tomado en contexto, básicamente sugiere que las galerías de arte se cerrarían si todas las personas fuéramos asexuales.
"Matinée de Septembre" (Mañana de septiembre) de Paul Chabas.
En el siguiente párrafo, Bogaert precisa que solo estuvo bromeando: “Por supuesto que estoy exagerando el punto, ya que existe una gran variedad de temas en el arte, aparte del cuerpo femenino. Tampoco estoy argumentando que la desnudez y el cuerpo humano se encuentran en el arte solamente por la atracción sexual que la gente siente hacia ellos” (125). Y eso está muy bien, es bueno que haya aclarado eso, pero es un poco tarde para mí porque ya estoy indignada.
Y Bogaert continúa escribiendo: “¿Qué sucedería si el arte no tuviese ningún vínculo estético con la sexualidad? ¿Representar a un desnudo (y los genitales en particular) despertaría la misma fascinación y atraería la misma atención, que la representación de, digamos, el dedo medio para los artistas sexuales? Se esperaría, que, en un mundo completamente asexual, el arte sea muy diferente. Por lo tanto, el conjunto actual de pinturas de desnudos... se convertiría en unas pocas dispersas” (127). Todavía indignada, leer eso fue lo que me motivó a la búsqueda de argumentos en mi cabeza acerca de por qué todavía se pintarían desnudos en una cultura asexual.
Y Bogaert continúa escribiendo: “¿Qué sucedería si el arte no tuviese ningún vínculo estético con la sexualidad? ¿Representar a un desnudo (y los genitales en particular) despertaría la misma fascinación y atraería la misma atención, que la representación de, digamos, el dedo medio para los artistas sexuales? Se esperaría, que, en un mundo completamente asexual, el arte sea muy diferente. Por lo tanto, el conjunto actual de pinturas de desnudos... se convertiría en unas pocas dispersas” (127). Todavía indignada, leer eso fue lo que me motivó a la búsqueda de argumentos en mi cabeza acerca de por qué todavía se pintarían desnudos en una cultura asexual.
Parte de mi respuesta a la segunda pregunta de Bogaert, es
que el hecho de que una parte del cuerpo no sea personalmente fascinante no
significa que un artista no la represente. Los artistas sexuales no ignoran el
dedo medio sólo porque no les resulte interesante. Los artistas asexuales no
dejarían de lado los genitales simplemente porque los encuentran poco
interesantes. La mayor parte de mi respuesta consiste en que todo el cuerpo,
desnudo o no, no se puede comparar con un dedo medio, como tampoco se puede
comparar a sólo unos genitales. Mi respuesta a la pregunta es que representar
los genitales probablemente tenga la misma fascinación y atraiga la misma
atención para los artistas asexuales que representar el dedo medio para los
artistas sexuales, pues eso representa solamente una parte aislada de un cuerpo
humano desnudo. Una mejor pregunta acerca del tema del desnudo sería:
¿Representar un desnudo tendrá la misma fascinación y atraerá la misma atención
para los artistas asexuales que para los artistas sexuales?
Unos pocos párrafos después, Bogaert hace una pregunta
similar, excepto que la forma en que la plantea no es tan adecuada como el modo
en que planteé la mía. Él pregunta: "¿La presunta falta de estética sexual
de una persona asexual se extendería a una falta de apreciación de todos los
aspectos de la belleza en la forma humana?" (127).
“Joven desnudo frente al mar” de Jean-Hippolyte Flandrin.
Su respuesta completa es: “Algunas personas asexuales son capaces de una apreciación de las caras y el cuerpo en un nivel abstracto, habiendo aceptado las normas y estándares de nuestra cultura. Además, algunos asexuales aún pueden poseer un profundo reconocimiento y atracción por la belleza "romántica" de los otros que pertenezcan a su sexo preferido si hay una inclinación sentimental. Tercero, los humanos pueden tener un reconocimiento innato de la belleza, independientemente de la atracción romántica y sexual hacia los demás. De hecho, los sensores innatos de "belleza" y "fealdad" pueden existir en el cerebro humano al margen de lo anterior, y esto puede deberse a la teoría de que este sistema era necesario para acercarse o evitar a otros individuos en el pasado evolutivo. Por ejemplo, nuestros antepasados pueden haber evitado a personas poco atractivas porque sus características podrían haber sido el signo de una enfermedad potencialmente contagiosa, y, por lo tanto, habría sido preciso evitarles. Curiosamente, la investigación ha demostrado que los bebés prefieren mirar rostros bellos más que caras medianamente o poco atractivas (Langlois, Roggman, Casey y Ritter, 1987). Por lo tanto, los mecanismos de reconocimiento de la belleza de la mente pueden estar parcialmente desacoplados de los mecanismos asociados con la atracción romántica y sexual, y una persona asexual aún puede retener cierto nivel de esta apreciación por la belleza”. (128)
Esta es la pregunta que realmente me molesta. La respuesta solo empeora las cosas.
Esta es la pregunta que realmente me molesta. La respuesta solo empeora las cosas.
Encuentro tanto la pregunta como la respuesta, personalmente
infames porque entrañan fuertemente la idea de que las personas asexuales
tienen una apreciación disminuida o completamente carente de la belleza humana
sólo porque no están sexualmente atraídas por las otras personas. Pero también
creo que es una ofensa hacia todos los seres humanos, porque implica que la
belleza humana se basa únicamente en el sexo y que las personas sexuales sólo
pueden percibir la belleza humana cuando sienten atracción sexual.
“Sexy” y bello no son lo mismo. Pueden sobreponerse
significativamente, pero no son lo mismo. Puede ser cierto que la mayoría de
las personas no discierna la parte sexual del concepto de belleza, porque
biológicamente y culturalmente el cableado de la mayoría de personas está programado
para fijarse en el sexo. Pero toda persona que alguna vez se ha detenido,
incluso por un momento, a maravillarse de las cosas de las que es físicamente
capaz su cuerpo, ha logrado vislumbrar la belleza humana que no está conectada
con lo sexual. Me parece que es más probable que la persona promedio se percaté
de este tipo de belleza, después de haberse roto un hueso o haber pasado tiempo
con personas, que, por cualquier motivo, están incapacitadas de usar sus cuerpos
del modo en que la mayoría de gente da por hecho. Somos físicamente capaces de
muchas cosas increíbles gracias a la manera extrañamente misteriosa y hermosa
en la que se modelan nuestros cuerpos.
Los seres humanos también presentan la rara ventaja de no estar cubiertos de pelo o plumas, lo que permite que nuestra piel muestre la belleza de los músculos que nos permiten movernos en mayor grado que el resto de los otros animales. Los caballos son una excepción notable.
Es esta sensación de asombro, en lugar de atracción sexual,
la que subyace a mi impresión de que el cuerpo humano es hermoso. Si las
personas sexuales no pueden trascender de la belleza sexual a esta belleza
basada en la maravilla, entonces, son ellos quienes adolecen de una apreciación
disminuida de la belleza humana.
Después de acogerse firmemente a la teoría científica sobre
si las personas asexuales aún pueden apreciar la belleza humana, Bogaert
incluye un par de citas de personas asexuales sobre su percepción de la belleza
humana, que es lo más cercano a explorar vívidamente la experiencia real de las
personas asexuales. Me gustó mucho una de las citas, particularmente porque
refuerza mi hipótesis de que la belleza sexual es más limitada que otros tipos
de belleza humana: "Amo la forma humana y considero a los individuos como
obras de arte" (128).
Así que la respuesta a mi pregunta anterior, sobre si
retratar un desnudo, tendría la misma fascinación y atraería la misma atención
para los artistas asexuales que, para los artistas sexuales, es no. La
fascinación no sería de la misma naturaleza y la cantidad de atención a un
desnudo no sería la misma en una cultura asexual, al menos en parte porque la
representación de los cuerpos no sería tan controvertida, ya que no estaría
relacionada a lo sexual. Eso no significa necesariamente que no habría
desnudos.
Debo admitir que, si fuera un artista, probablemente no
dibujaría o esculpiría desnudos completos. Sería más probable que pintara las
manos, los rostros (especialmente los ojos), los hombros y los brazos, las
pantorrillas y los pies, y la garganta y las clavículas.
“El discóbolo” de Mirón.
Si los cuerpos no estuvieran conectados automáticamente con el sexo, si todas las personas fuésemos asexuales, creo que me sentiría mucho más cómoda con mi propio cuerpo y me interesaría mucho más por los cuerpos de otras personas. Incluso podría animarme a dibujar el cuerpo humano entero. No vivir en una cultura asexual, es realmente difícil de asimilar.
En última instancia, Bogaert podría estar en lo cierto al afirmar que, en un mundo, en donde todas las personas fuéramos asexuales habría menos ejemplos de desnudo artístico. Pero es igual de importante señalar que, los desnudos que se representarían en tal caso se verían diferentes a los que vemos hoy en museos y galerías de arte. En un mundo asexual, los desnudos serían mucho menos propensos a mostrar mujeres recostadas o sentadas en la cama o de pie en posturas extrañas (si das un vistazo a las pinturas que cité para escribir esta publicación, casi ninguna mujer se ha mantenido erguida con ambos pies plantados firmemente en el suelo). Habría menos enfoque en los genitales y los senos. Habría más acción, más movimiento, más emoción. Las posturas serían más informales, más cotidianas, o incluso más extremas para demostrar cuán extraño y maravilloso es realmente el cuerpo humano.
“Rosie” de Reed Chapell.
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