Dilemas morales versus la cruda realidad

Sucedió a entre septiembre y octubre de 2009 mientras transitaba por una concurrida calle repleta de tiendas. En esa época se me había dado por realizar paseos solitarios. Todavía me gustan y siempre lo han hecho, pero ya no poseo el tiempo ni el ánimo para disfrutar y darme el gusto.

Como decía, esa vez estaba caminando tranquila y esquivaba con cuidado a uno que otro que aparecía de improviso en mi camino. Es lo común cuando una anda por calles tan atestadas como esa. Estaba en eso cuando vi a una muchacha de quizás unos quince o dieciséis años vestida con el traje escolar saliendo de un discreto hostal que pasaba prácticamente desapercibido entre todo el revoltijo comercial y la concurrencia indiferente de la avenida.

Pronto surgiría el dilema moral que me atormentaría por un buen rato esa tarde.

Ella bajó apresurada las escaleras del pequeño pasadizo y atravesó como si nada el umbral que conducía al exterior. Detrás de la chica apareció un cuarentón con el clásico e inconfundible maletín de profesor. Un tipo bastante desagradable, si en cuestiones estéticas quiero referirme: bajito, medio calvo, panzón y de manos toscas. Por su presencia y sus modos me imaginé que también debería ser odioso en varios de los demás aspectos posibles.

Luego de cruzar la salida ninguno volteó a mirar al otro ni se dieron ninguna seña de despedida: eran dos completos desconocidos a partir de ese momento y como tales cada uno debió tomar un rumbo diferente mimetizándose entre los transeúntes.

Él cruzó la autopista e inmediatamente adquirió el caminar indolente de los demás mientras sacaba de su casaca beige un cigarrillo y lo encendía envenenando el aire a su alrededor  sin ninguna preocupación.

Ella continuó caminando en línea recta y no pude evitar seguirla.

Mi primera reacción fue de sorpresa ¿cómo era posible que se permitiese algo así? Tal vez esto era mucho más frecuente de lo que me imaginaba y por eso ninguna otra persona aparte de mí parecía inmutarse o... ¿acaso era yo la única que se había dado cuenta?

Mire fijamente el moño de la muchacha descuidadamente sujetado con un lazo blanco que parecía a punto de desprenderse cuando era sacudido en cada paso que ella daba.

Ahora era cuando se desencadenaba, se desplegaba en toda su magnitud el dilema moral. Como buen prójimo me sentí por un momento en la obligación de tocarla por el hombro e intentar hablar con ella. Decirle que no estaba sola, acompañarla si era preciso a una comisaría, quizás recomendarle mi psicóloga…

No pude. Mi indecisión y mi timidez me vencieron. Continué en silencio siguiendo sus pasos sin atreverme a hacer nada más.

Siguió caminando cuadras abajo y cuando terminó la avenida, cruzó la autopista, caminó un par de cuadras más, entró en un mercado, recorrió unos stands y la vi detenerse en un puesto de venta de DVDs y CDs piratas. Allí se encontró con un par de amigas que llevaban el mismo uniforme rojo y gris. Compañeras de salón era lo lógico.

Ingresé al local y me sentí casi en plan de espía o de detective  privado. Estaba de infiltrada y simulaba estar ojeando los catálogos de los títulos de las películas y los animes. Eché un vistazo por curiosidad.

Me había parecido una chica común y corriente a primera vista, pero en realidad, parecía mucho mejor vista de cerca: delgada, facciones regulares, ojos negros vivaces y una sonrisa encantadora. Podría haber sido bonita si no fuera por toda la vulgaridad que emanaba de ella en sus gestos y maneras de moverse que salían a relucir  mientras conversaba animadamente con sus amigas.

Una de ellas le avisó de su moño a punto de caerse. La muchacha del hostal volvió a sonreír, pero esta vez con una sonrisa diferente. Una de esas a las que deben de denominar pícara: una mezcla de sordidez y travesura. Decidió optar por una cola de caballo para recogerse el cabello esta vez. Siguió conversando y mientras hablaba tenía la manía de jalarse la cola de pelo oscuro y sedoso con una mano y enroscarla entre sus dedos.

Pobre chica. Debía estar siendo abusada constantemente por ese vejestorio asqueroso sabe Dios bajo qué tipo de amenazas. ¿Dónde estarían sus padres? No sería de extrañar que en casa también fuese víctima de maltratos o en caso contrario de una completa indiferencia por parte de sus familiares. A pesar de parecer un poco alocada y algo vulgar, ese no era motivo suficiente para no compadecerla e idear algún método para ayudarla.  

En mi posición de testigo de semejante injusticia no podía quedarme de brazos cruzados. Pero a la vez mi lado cobarde me decía que yo apenas debía ser solamente un par de años mayor que ella, a lo mucho tres y siendo sincera no era ni soy todavía una persona con una madurez emocional sólida como para aconsejar favorablemente a nadie. Y por lo visto la colegiala del hostal tenía mucha mayor experiencia de vida que yo en todo.

Las chicas seguían bromeando y chismoseando cuando entró a la tienda un muchacho vestido con un uniforme del mismo colegio. Por encima de mi hombro le eché una miradita fugaz de arriba a abajo. Era alto, cobrizo, de espaldas anchas, con la camiseta desarreglada, la corbata escolar desanudada, una cadenita saliendo del bolsillo del pantalón, el pelo peinado hacía adelante como una cresta y una expresión desafiante en toda su actitud: desde su manera de pararse hasta su manera de sonreír. Era el típico matoncito popular del colegio. No me gustó.

El chico fue directo a saludar con un “piquito” en los labios muy sonoro a la chica del hostal e intercambió unas palabras joviales con las otras. Me sorprendió mucho la llegada del “novio oficial”. Se notaba que él no tenía la menor idea de donde acababa de salir su enamoradita. No supe qué pensar.

Él la tomaba por la cintura de manera posesiva, le decía “mi amor”, “mamacita”, “hermosa”, etc mientras conversaba de gustos musicales similares con las demás amigas. Eligieron un disco de conciertos de esa cosa que dicen que es música y llaman reggaeton. El vendedor la colocó en el reproductor. El ruido empezó y los colegiales se animaron todavía más, en especial la parejita. Se abrazaron de frente, coquetearon con las miradas, con los gestos y con caricias: ella le tocaba la cara, él le recorría la espalda con una mano, se acercaba a su oído y le murmuraba cosas que hacían que aflorara en ella la misma sonrisa pícara de hace un rato. Mi manera de describirlo quizás resulte romántica, pero había mucha necesidad ansiosa de mal gusto por parte del muchacho y un descaro premeditado y cruel por parte de ella. Me sentí incómoda, avergonzada y alejé la mirada, más por cierta repugnancia que por discreción. Ni bien hice eso, escuché el sonido húmedo y viscoso de un largo beso. No lo veía, pero ya me imaginaba que gran beso en la boca se podían estar dando los dos.

Las amigas comenzaron a hacer comentarios de doble sentido y a pifiar. Inclusive alguna de ellas decía cosas como “¿Tus viejos están en tu casa?” y “Derechito al hostal”. ¿Coincidencias o ironías de la vida? Entonces la pareja anunció que ya se retiraba y que él, como buen caballero acompañaría a su señorita enamorada hasta su casa “No piensen mal”, agregó, porque luego él  luego iría a la suya que no estaba tan lejos. Volteé a mirar de nuevo y los vi dar media vuelta y alejarse. Mientras andaban el muchacho le dio una rápida nalgada a la chica, ella ni se inmutó y mi dilema moral se esfumó para siempre.

Me parece necesario hacer una pequeña reflexión para acabar. Algo así como una especie de moraleja o mensaje para reflexionar o debatir. Aunque corra el riesgo de caer en el patetismo que puede ser habitual en mí,  pero algo se puede hacer y haré lo mejor que pueda.

No es que quiera ponerme en el papel de mujer madura y sabia, que estoy muy lejos de serlo la verdad. Tampoco es mi intención principal sermonear sobre la falta de valores de la sociedad actual o filosofar acerca de la condición humana. Mi prioridad fue contar una anécdota. Los juicios de valores vendrán después en el fuero interno de cada quién.

 
Siempre es una buena excusa aprovechar un tema acerca de religión y moral
 para adjuntar el bello mural de "La creación de Adán" de Miguel Ángel.

Acepto que no poseo una autoridad moral absoluta. No soy perfecta igual que todos en este mundo y tampoco soy un ejemplo a seguir pero puedo decir que tengo mis convicciones bastante sólidas. Siendo una mujer virgen no hay cuestiones indebidas en el trato carnal de las que me pueda arrepentir. Sin embargo, ser casta no te hace ser una santa y mis faltas son de otra naturaleza.

Me encantaría aprovechar esta ocasión pata desquitarme de algunos asuntos que me molestan y que hace tiempo me dan vuelta por la cabeza. Mis opiniones podrán parecer “moralistas” ¿y qué? Qué curioso el fenómeno de hoy, donde llamar “moralista” a alguien es un gran insulto.

En los últimos años y gracias a los medios de comunicación asisto a un festival de “liberalismo” ridículo y convenido. Estas personas liberales, que aseguran tener una “mente abierta” tienen una doble moral tan o más indignante que las personas conservadoras a las que tanto critican. No sé de dónde nació la fobia a los valores morales que han regido por siglos y han desarrollado la civilización. Me parece una ridiculez esa actitud. Por ejemplo:

Están de acuerdo con el aborto libre en cualquier caso por ser un derecho exclusivo de la mujer (tampoco la palabra del padre vale aquí nada) y por otro lado se escandalizan viendo como los pollos son beneficiados para nuestro consumo alimenticio. Porque todos los seres vivos merecen respeto y tienen derecho a la vida, por eso deberíamos ser vegetarianos.

Estamos de acuerdo en condenar los atentados en Charlie Hebdo, pero eso no justifica insultar y degradar las creencias del otro. Es falso que ellos cumplan la máxima de no discriminar a una persona por su sexo, raza y religión. Solo se cuidan de cumplir las dos primeras. Por ejemplo: la comunidad homosexual demandó a Google por colocar en su traductor sinónimos de “gay” por considerarlos ofensivos pero está perfectamente bien visto dibujar a Mahoma siendo sodomizado y humillado porque es una forma de “libertad de expresión”.

  
Sí, siempre es una buena excusa la ocasión para agregar otra pintura de la bóveda
de la Capilla Sixtina. La eterna lucha del bien y el mal tiene mejor estilo así ;)

Les parece muy bien la expresión de la sexualidad desaforada vista en el contenido pornográfico, la música e inclusive en cantantes pop para adolescentes, pero se escandalizan luego y se preguntan por qué chicas púberes muestran fotos de ella medio desnudas para llamar la atención en Facebook y Twitter.

Se ha hecho una gran labor en la defensa por los derechos de la mujer y la condena a toda clase de abusos contra ellas. Si la víctima es un varón y la abusadora una mujer todo queda impune. He aquí su “igualdad”.

Así podría seguir dando ejemplos. No entiendo cómo ni cuándo las cosas se revirtieron y lo políticamente incorrecto terminó siendo lo políticamente correcto. Así que no, muchachos malos ustedes no están contra el sistema ni contra el orden mundial, ustedes son parte de la plaga de “rebeldes”, que son títeres complacientes del mismo reducido grupo de poder que ha estado gobernando desde siempre.

Y ya dejen de pintarrajear las iglesias, de amenazar con enviar una bomba al Vaticano y de insultar a los creyentes para que dejen de creer en los que ellos quieren creer. Ustedes están siendo igual de intolerantes que la Inquisición a la que tanto se empeñan en citar para demostrar la maldad del cristianismo. Además de que hace tiempo la religión no tiene el peso que tenía hace cien años y el verdadero dios de esta sociedad desde hace mucho tiempo viene siendo el dinero.

 
Claro que sí, y los otakus no se pueden quedar atrás.
Me gustaría como banda sonora el aria "Erbarme dich"
de Bach cantado por Delphine Galou, pero sería demasiado ._.

Creo que ya me he quejado lo suficiente como para darme el gusto. En cierta forma la sociedad me enferma como a muchas otras personas. No obstante, como todo en esta vida una termina por acostumbrarse. Al parecer solo hay dos caminos: rebelarse o resignarse. Pero es mucho más complejo y uno se detiene especialmente a pensar acerca de esto, cada vez que se le presenta un dilema moral por pequeño que sea.

A veces en la vida somos testigos de hechos que nos ponen en un dilema moral bastante incómodo. Lo único que nos puede poner a salvo en esos casos, es nuestra capacidad de juzgar según nuestra propia ética, moral o como quiera que llamemos a aquello que consideramos nuestra idea del bien y el mal. Idea que hemos construido durante el devenir de nuestros años en la Tierra.

Considero que, al fin y al cabo, cada persona se conduce según su propio código moral o la ausencia de este. Podemos ser educados, podemos ser aconsejados pero quien finalmente decide su calidad humana es uno mismo. Este es el libre albedrío del que disponemos, don de la razón, la que se supone nos separa de los demás animales.

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