Una papita frita, alma del alma mía

La soledad de la noche insomne, oyendo mi propio pulso con la cabeza contra la almohada. Un recuerdo no me asalta, lo evoco porque se me antoja porque se me da la gana y esta vez ya no era la remembranza de alguna retórica estúpida nuestra cansina e inútil. 

Una discusión que no es discusión, un intercambio de palabras que quiere ser diálogo pero tampoco lo es, cuyo principal objetivo es hacerme caer de bruces en el charco de los perdedores, cuya misión es arrinconarme contra el muro de un callejón sin salida, verme atrapada en el laberinto de rosales espinosos de su razón dejándome desarmada de argumentos. De todas maneras siempre he sido un fiasco para los debates, siempre me ha sido más fácil escribir que hablar. La reina timidez paralizando las ideas en el trato social. No es que me este excusando para decir que a fin de cuentas no sé nada. Nunca he sabido nada, ni siquiera sé de mi misma.

Pero sobre todo con él, únicamente con él, es frustrante hasta causar alarma la interferencia insalvable entre el cerebro y la lengua que me produce su presencia. No obstante, esta vez es solo su imagen, más concretamente la reproducción de una acción suya, la que acude a mi mente.


Sentado frente a mí, en ese comedor infame y colorinche más parecido a la escenografía de un espacio televisivo de espectáculos o a un programa infantil de mal gusto que a un restaurante de comida rápida, siento su mirada burlona clavada en mí y lo veo coger con la punta de los dedos una papita frita casi con elegancia pero no del todo, podría ser mejor con esmero sino más bien con rotunda delicadeza, se la acerca a la esquina de su boca roja y veo a la papita desaparecer gradualmente entre sus labios, los dientes asomando para quebrarla y el sonido crujiente inmediatamente a continuación. 

Oh, mi sueldo convertido en almidón, en grasas trans... me cuestioné a la mañana siguiente en mi casa. A estas alturas ya debió haberse completado el proceso de digestión, mi dinero ya debió hacerse transformado en calorías y el alma del alma mía ya debe haberlas quemado todas en solo Dios sabe que actividad.

Y sin embargo, a pesar de todo, que gusto me da.


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