Caramelos agridulces

Por alguna misteriosa razón que ni yo misma me explico, por una serie de casualidades que confabularon a favor se me ocurrió abordar este tópico.

¿Qué tal una introducción? Para formar una mejor imagen mental previa: piel tersa, risa cantarina, hoyuelos en las mejillas, frescura, voz suave, aliento dulce, cabello al viento, ojos brillantes, sonrojos constantes, pechos y caderas florecientes, ingenua sensualidad... Podría agregarle algunos accesorios tales como medias largas, faldas tableadas, trenzas o coletas, paletas de caramelo o más cosas por el estilo, pero creo que es una imagen bastante estereotipada. El hábito no hace al monje, no basta estar vestida de una lolita para ser una, en especial si es con uno de esos trajes ridículos que venden en esas tiendas de lencería barata. La imagen de lo que significa ser una lolita se ha desvirtuado mucho. Como dijo el buen Nabokov:

"... Y es muy interesante plantearse como hacen ustedes los periodistas, el problema de la tonta degradación que el personaje de la nínfula que yo inventé en 1955 ha sufrido entre el gran público. No sólo la perversidad de la pobre criatura fue grotescamente exagerada sino el aspecto físico, la edad, todo fue modificado por ilustraciones en publicaciones extranjeras. Muchachas de 20 años o más, pavas, gatas callejeras, modelos baratas, o simples delincuentes de largas piernas, son llamadas nínfulas o "Lolitas" en revistas italianas, francesas, alemanas, etc. Y las cubiertas de las traducciones turcas o árabes. El colmo de la estupidez. Representan a una joven de contornos opulentos, como se decía antes, con melena rubia, imaginada por idiotas que jamás leyeron el libro...”

En realidad, ahora que reflexiono, no quisiera tocar este tema de una manera superficial ni mucho menos a la broma. Me hubiera resultado más fácil terminar de redactar este artículo en clave jocosa y con un tono pícaro lo suficientemente sutil como para no dañar la susceptibilidad de nadie. Y siendo sincera esa era mi primera opción, pero necesito aclarar, por si acaso, que mis intenciones no son de carácter morboso y no deseo dar oportunidad a malentendidos.

Es bien sabido que el velo de censura que cubre este asunto lo torna más atrayente. Siempre suele suceder lo mismo con las prohibiciones. Aunque sea peligrosamente contraproducente, esta parece ser la naturaleza irremediable de casi todos los seres humanos. Los mortales son tan predecibles.

 

La hipocresía, la doble moral que gobierna a la sociedad hace de este un tabú temible e intocable. Mientras tanto potenciales pervertidos se esconden detrás del “inocente” fetiche del uniforme escolar, del cosplay otaku o del vestidito azul de volantes. Es un secreto a voces en muchos países que la edad de iniciación sexual se hace cada vez más temprana y sin embargo todavía, buena parte de estas naciones se resiste a aceptar la situación imponiendo leyes que en vano pretenden ingenuamente restringir la sexualidad de los adolescentes e incluso de niños. A propósito, nunca he comprendido esa desesperación por copular que presentan casi todos los adolescentes, nunca la he comprendido. Ni siquiera cuando yo misma era una.

Si tan solo comprendieran que el retraso de las relaciones sexuales es lo más saludable del mundo, es más la gente no debería tener sexo antes de casarse y no lo digo por ser “una cristiana fanática” sino porque es la realidad.

Cuando una persona inicia los trámites para contraer matrimonio es obligatorio por ley someterse a la prueba de Elisa y de otras infecciones venéreas. Si todas las personas fueran fieles y monógamas el porcentaje de enfermedades de transmisión sexual se reduciría importantemente. Pero eso es más que imposible. No se puede ir en contra de las fuerzas de la naturaleza, en contra del apetito sexual de los animales llamados seres humanos. Me coloco aparte, claro está. Me limito a ser una crítica espectadora: una marciana que no habla el extraño idioma terrícola.

Regresando a lo anterior, de todas maneras no voy a las adolescentes, sino a las pre-adolescentes. A las niñas púberes siendo más específica. Aquella etapa de la vida en la que el cuerpo de una sufre la metamorfosis traumática de niña a mujer: una experiencia imborrable y terrible. O al menos así lo fue para mí.

La belleza, el encanto de una púber y la atracción que puede despertar ella entre los hombres es una cuestión sumamente delicada. Tanto así que siento que profundizar más en el asunto de lo permitido podría ser considerado casi un delito. Por si acaso no me estoy refiriendo a ningún acto sexual sino a la mera apreciación de la belleza de una rosa en botón. Me parecen las criaturas más bellas y encantadoras del mundo y observarlas es el placer de mis ojos. No pretendo tomar partido ni a favor ni en contra. Mi intención no es dar un discurso moralista al respecto. En vez de eso prefiero tomar una posición neutra. Así que me provoca hablar de ellas desde un punto de vista casi poético.

Las nínfulas, en cierto sentido, vienen a ser casi seres mitológicos aunque existan y sean entidades concretas. Sí, ellas son reales, no son una fábula o un simple invento de los pervertidos, de los pedófilos, ojo no confundir con los efebofilos o con los simples mortales fornicadores.

Dejemos los puntos claros: a los verdaderos pedófilos no les gustan las criaturas de rasgos sexuales desarrollados. Puesto que no es lo mismo atentar carnalmente contra una inocente personita de seis años que revolcarse de mutuo acuerdo y hasta con mucho gusto por ambas partes, con una, en ocasiones muy experimentada, de dieciséis. Independientemente de que en tal país sea un delito y en otro no como bien ya sabemos. Y es que siempre se tiende a mezclar en el mismo saco a estos individuos cuando en el mundo pragmático, en la vida real están en una enorme diferencia de condiciones.

Pero volviendo a lo anterior, las nínfulas han estado presentes durante toda la historia, desde los tiempos en los que todavía no era pecado ni delito amarlas. Sin embargo, recién con la publicación de Lolita, la novela más famosa de Vladimir Nabokov, salieron a relucir con todas sus letras. En el libro, Humbert Humbert el condenado enamorado de la pequeña y fatal Dolores Haze las catalogó e identificó casi científicamente. Como bien lo diría él: "No todas las púberes son nínfulas". Y tiene toda la razón. En verdad son escasas en comparación con el universo total de niñas contemporáneas.


No es tan simple hallarlas y reconocerlas requiere de hasta cierto arte. Una nínfula no solo se limita a ser bella, se conjugan en ella una serie de encantos. Sobre todo la susodicha debe contener inocencia y malicia a la vez. No solamente es el físico lo que hace a una. Hay algo detrás de su sonrisa, algo inmaterial y poderoso, algo pérfido que se esconde detrás de su apariencia frágil e inofensiva y que emana quizás de su alma. Una especie de dulce veneno que no mata pero si enferma. Aunque sí, sí puede llegar a matar si uno se deja llevar hasta perder la cabeza como sucedió con el pobre Humbert.

Nínfulas, ángeles perversos sobre la tierra. Ellas son efímeras: florecen un instante y luego se marchitan rápidamente, son también como aquellas mariposas que viven un solo día esplendoroso y después mueren. Me pregunto si de verdad serán inconscientes del poder que tienen o estarán fingiendo y en realidad son plenamente conocedoras de su atractivo, usándolo a su favor y sacándole el máximo provecho posible. Quisiera refutar de plano esta última teoría, quisiera, pero sobre todo en estos tiempos en los que cada vez se va perdiendo más temprano la inocencia no parecen quedar muchas esperanzas. Aunque la perversidad de las nínfulas no es nueva, es algo inherente a ellas, les es espontáneo, les fluye por las venas, está irrevocablemente incluido en la esencia de cada una y no tiene nada que ver con la era de la sobreexposición de estos tiempos.

Yo misma puedo dar fe de su existencia.  Me he topado con un puñado de ellas desde que tengo uso de razón, aunque únicamente logré identificarlas cuando yo misma alcancé la pubertad.

Tuve un episodio inolvidable y perturbador al tener a una nínfula en toda regla sentada a mi lado en las clases de verano introductorias a primero de secundaria. La chiquilla vestía shorts cortos de mezclilla y una blusa floreada de verano de tela ligera y manguitas cortas bombachas. No estaba sentada de la forma correcta en que una alumna educada se sentaría en su pupitre. No, en su lugar se había acomodado en posición de loto y nadie le recordaba que en un salón de clases los alumnos deben sentarse con los pies descansando en el suelo. El día hubiera transcurrido de lo más tranquilo si ella no le hubiese pedido ayuda al profesor de Álgebra para resolver unas ecuaciones. Me sentí bastante incómoda cuando empecé a escuchar la respiración cada vez más alta del buen maestro, parecía una locomotora el tipo. Pero, ¡qué fastidio! Había visto suficientes “escenas pasionales” en telenovelas mexicanas como para saber de qué se trataba. Esta gente se ponía toda asustada, Dios sabrá por qué, cuando se tocaban entre ellos, pero es que este profesor ni siquiera la estaba tocando. Por favor, ¿era en serio? El señor debía tener unos 36 años y mi compañera 12 años, (tiempo después escucharía a compañeros y amigos haciendo el mismo ruido mientras caminaban o estaban sentados a mi lado e inocente de mí, pensaría que era porque estaban cansados o se sentían mal, porque… ¿cómo podría ser posible que mis amigos me vieran así?) Pudo más la chismosería y en vez de resolver las ecuaciones que me tocaban, no pude evitar echar un vistazo al pupitre de al lado. Las manos del maestro temblaban mientras intentaban señalar los números escritos en el cuaderno de la niña y a la vez se le dificultaba hilvanar las frases elocuentes y serías que necesitaba para brindarle una explicación algebraica a su alumna. Suspiré de fastidio. Cuando yo cumplí once años mi madre empezó a decirme que me cuidase de los hombres. Yo no comprendía exactamente a qué se refería, pero si ella lo decía entonces su consejo debía tener alguna razón de ser. Pensé: “Bueno, ignorare esto”, cuando escuché algunos murmullos viniendo del fondo del salón (debían ser algunos compañeritos burlándose del estado del profesor), además de que mi compañero que se sentaba en el pupitre de atrás ya había comenzado él también con el modo locomotora. Oh, fue todo tan patético y surrealista hasta que acabó. Durante varios años traté de resolver el porqué del alboroto con explicaciones detalladas. Siempre me quedé con la sensación de que no podía unir todos los cabos, hasta que al fin pude develar el misterio al leer Lolita y entonces lo comprendí todo.

Resumiendo, es evidente que el mito de las “lolitas”, todas ellas demasiado jóvenes para ser amadas, forma parte del imaginario popular y está tan arraigado que es imposible y además muy tarde tratar de extirparlo. Sobre todo en Japón donde el fetichismo alcanza niveles insospechados.

Ahora que vuelvo a reflexionar, que vuelvo a adoptar una posición sensata creo que no deja de ser extraño que siendo yo una persona del sexo femenino, una señorita inmaculada me haya permitido explayarme en una disertación casi fetichista sobre estas, y lo digo con ironía, tiernas niñas.

Para eso tendría que tomar como prioridad el asunto de mi sexualidad ¿soy heterosexual? ¿soy homosexual? Quizás bisexual, aunque prefiero inclinarme por el termino asexual. Pero según un amigo mío el problema conmigo es que quiero ser lesbiana. ¿Entonces en verdad soy heterosexual y niego mi deseo sexual hacía individuos del sexo opuesto porque temo de mi propio cuerpo? No lo creo: el cuerpo masculino no me parece muy bonito que digamos. Sobre todo, con ese feo colgajo que tiene entre las piernas y que rompe con la armonía de las líneas. Así qué: No, las mujeres me parecen mucho más bonitas. ¿Pero entonces qué es lo que soy? La verdad eso ahora mismo me tiene sin cuidado. Virgen vine al mundo y virgen moriré. A propósito él nunca me ha querido presentar a su hermana menor. Lo cual es una verdadera lástima. Tengo fantasías estéticas: imaginándola desnuda y acostada sobre una cama en la misma postura de la maja desnuda Y luego descubro de corazón que no hay nada que pueda catalogarse como sexual en mis pensamientos. Y es en serio: no me interesa besarle la boca o tocarle los pechos o las nalgas. No me mueve ni un poco esa idea, ¿entonces por qué me fascina tanta su belleza? Tampoco es una idea que me quite el sueño la de contemplarla desnuda. Son solo cosas que se me cruzan por la mente como también a veces se me cruza por la mente que soy el personaje de un anime de magical girls.

Es increíble como me distraigo tan fácilmente del tema principal. Olvido que también están las nínfulas del cine: Jodie Foster en "Taxi Driver", Natalie Portman en "Leon: El profesional", Brooke Shields en "Pretty Baby" etc etc etc, pero en este momento no cuento con la voluntad necesaria o sea me da flojera ahondar más al respecto. Quizás lo haga en alguna otra oportunidad.

Lo cierto es que desde hace un buen tiempo necesitaba hablar de las nínfulas, las mágicas nínfulas. Afortunadamente no fui una de ellas.

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta”.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Diligere y amare: Amor de de Benevolencia y Amor de Concupiscencia

Algunas diferencias entre el Jean Baptiste Grenouille de la novela y el de la película

El desnudo artístico en un mundo asexual